Siguiendo la ruta de los belenes
En las Navidades de los años 60 se popularizó aquello de «siente un pobre en su mesa» que permitía a los españolitos redimirse de sus pecados.
Hoy sería difícil decidir con qué desamparado compartir nuestro ágape navideño. Así, como acto de contricción y penitencia (con el mayor de los respetos) dense una vuelta por Madrid y vean lo que de tradicional aún queda. Las parroquias del mapa eclesiástico madrileño crean, por estas fechas, su particular atracción turística. Ríos que antaño envolvieron bocadillos para el recreo, serpentean entre montañas de corcho descorchados y pastores de arcilla. Tal vez, algún ateo curioso penetre en el templo con la intención de ver la calidad artística de la artesanía religiosa y, temeroso de llamar la atención en su escapada, escuche su primera celebración católica.
Así, las iglesias del Perpetuo Socorro y del Corpus Christi, entre otras, tienen sus belenes a la vista del público. Según la Asociación de Belenistas, son las sucursales vaticanas en Madrid, los centros belenísticos más importantes. En esta línea también puede situarse el tradicional belén que año tras año, se instala en el Hospital de San Rafael. Es quizá, uno de los más elaborados.
El público asistente puede rascarse el bolsillo y con su participación económica ser parte de ese 50% que, con sus donativos, financia el centro asistencial San Juan de Dios (lugar donde se ha instalado el tradicional nacimiento del Hospital de San Rafael). Decoración y gusto por la tradición son los principales motores que impulsan a estos centros y a muchos españoles, a poner sus nacimientos cuando se aproximan los turrones, los regalos, la lotería, las vacaciones, el champán y, en fin, la Navidad.
Pero si el belén es un elemento decorativo, costumbrista y tradicional, también puede utilizarse como reclamo publicitario. «Holdings» y sociedades anónimas, siempre competitivos, rivalizan igualmente en la decoración belenística. Todos quieren mostrar en su escaparate el «burro más grande» porque, «ande o no ande» atrae a posibles clientes. En un intento por recuperar el contenido más artístico del arte religioso, los miembros de la Asociación de Belenistas de Madrid se reúnen en torno a una idea: conservar la «plantá» de belenes en la capital.
Su lema podría ser «ponga un belén en su vida». Como no hay mayor prestigio y publicidad que el que dan los premios, algunos de los creadores de de imaginería religiosa, se han presentado al Concurso de Belenes que esta asociación organiza. La ubicación y exposición de los mismos es el problema más acuciente con que se encuentran; pues como afirma un portavoz de esta sociedad «hemos tenido que llorar mucho para que nos dieran ésto». «Esto» es la Sala de Exposiciones de la Caja de Madrid. Misterios y figuras de distintos países de Europa están presentes en la muestra. Un «yupnie» con jersey de cuello cisne y sobre sus hombros una americana del más moderno corte y dos histriónicas veinteañeras, pegan sus apéndices nasales a vitrinas incrustadas en las paredes.
No es una exposición de sello, ni siquiera de holografía. Son reproducciones del prólogo y del epílogo de la Natividad de Jesús. Distintas profundidades que parecen esculpidas en paredes de cartón-piedra, luces y hasta algún proyecto de vivienda israelí, se esconde tras la vitrina. Son cuadros para el recuadro. El toque surrealista y casi buñueliano de la exposición, lo dan los nacimientos infantiles. Los pollos con sabor a pescado que nos presenta algún que otro anuncio televisivo para marías que limpían mal el horno, no es nada comparado con el establo embriagadoramente perfumado con aroma de sardinas «Miau».
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