La India es diferente

La muerte de Rajiv, en esta batalla, apenas cambia nada, pues nunca la abanderó ni la propició. La era de la autosuficiencia y del centralismo terminó con el fin de la guerra fría y la respuesta inicial de la India a la perestroika -«India es diferente, India no es comparable»va dejando paso lentamente al reconocimiento de que ha llegado la hora de reintegrarse a la economía mundial. 

A diferencia del Este o de América Latina, donde abundan los dirigentes convencidos del fracaso definitivo de la economía de mando que no consiguen trasladar su convencimiento a los pueblos que gobiernan, en la India el mayor reto es convencer a los dirigentes para que, posteriormente, éstos impulsen programas económicos de libre mercado.

Son muchos los funcionarios, técnicos y empresarios con una conciencia clara de que en dicha empresa se juegan el futuro del país, pero faltan los dirigentes ilustrados.

Ministros, dirigentes de partidos y santones hindúes de la India viven todavía convencidos de que el llamado «índice de crecimiento hindú», que nace de la buena fortuna del dios Ganesh, puede compensar los errores y cualquier imperfección humana. 

Las doctrinas hindúes del «darma» o deber y el «karma» o destino, estrechamente ligadas al concepto de reencarnación, hacen más llevadero el calvario pero no resolverán los problemas. Estas actitudes fatalistas de la región hindú, tienen, sin embargo, un efecto positivo: minimizan los fracasos, relativizan las tragedias, frenan los fervores revolucionarios y alivian las presiones sociales más violentas. El sistema de castas que todo lo llena y todo lo debilita en la India es una mezcla de estructura clasista británica y apartheid surafricano que defiende al país de nacionalismos extremistas como los que amenazan hoy con romper Yugoslavia o la URSS. El orgullo nacido de la independencia y de la autonomía lograda desde el 47 frente a las grandes potencias, tras muchos siglos de dependencia o control por extranjeros, aporta también una coherencia al país de la que carece la mayor parte de las naciones nacidas a la independencia en los últimos 40 años. 

Esta virtud original y el hinduismo fatalista dan a la India, a pesar de todas las nuevas amenazas, una estabilidad de la que carecen casi todos sus vecinos. Con la desaparición de Rajiv Gandhi vuelve a confirmarse ese fatalismo y desaparece otro eslabón de la cadena que todavía separa la democracia más poblada del mundo de finales del siglo XX y a la democracia moderna en que desearía convertirse en el siglo XXI.

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