Mi reino por una foto con Jessica Alba
A la vista de lo que ocurre en El Ala Oeste, la mejor serie de la televisión de todos los tiempos, dicho sea de paso, una pensaría que un presidente estadounidense se pasa la vida evitando guerras en lugares remotos, nombrando jueces hispanos para presidir el Tribunal Supremo, peleando con la oposición en el Congreso, indultado a los pavos por Acción de Gracias u otras tareas por el estilo.
Pero nada más lejos de la realidad. Los presidentes americanos emplean la mayor parte de su larga jornada laboral en una única actividad: hacerse fotos con presidentes de países y regiones de todo el mundo. No es una nueva moda, la costumbre viene de lejos. Lo desvela Jordi Pujol en el segundo volumen de sus memorias. Bueno, en realidad Pujol no revela nada de nada en este tomo de su autobiografía. Así que, mejor dicho, lo que hace es recordar que fue pionero en eso de fotografiarse con el líder del mundo libre.
El ex presidente catalán se retrató allá por el año 1990 con George Bush (padre), quien le concedió exactamente siete minutos de su tiempo. Pero Pujol iba muy bien preparado y en ese tiempo tan escaso le contó al mandatario americano casi sin respirar todo lo que un extranjero debe saber sobre Cataluña.
«Qué siete minutos más desaprovechados», podrían pensar un observador despistado o un socialista malintencionado. Pero para nada. Pujol añade que años después se volvió a encontrar con Bush en Barcelona y éste se acordaba perfectamente del encuentro que ambos habían mantenido en la Casa Blanca.
Todo un éxito de la diplomacia regional que, claro, otros han querido emular con posterioridad. Es más, hay quien vendería su alma al diablo por una foto con el presidente americano de turno. Sino que le pregunten a Francisco Camps, quien al parecer recurrió a los de la trama Gürtel para que le consiguieran una cita con Barak Obama.
Cualquier mitómano que se precie preferiría fotografiarse con Hugh Jackman o con Jessica Alba, según preferencias, que con un político, por muy presidente de los Estados Unidos que sea. Pero no es el caso de la clase política, que muere por retratarse con el dirigente americano, aunque sea George Bush (hijo).
Ahora se entiende por qué José María Aznar estaba tan contento cuando las cámaras le captaron junto a Bush. Lo suyo fue un gran éxito, porque no sólo posó, sino que también se le vio compartiendo unas birras y poniendo los pies sobre la mesa del codiciado mandatario. Ocurre que, con el tiempo, este tipo de amistades se pueden volver peligrosas. La confianza con Bush llevó a Aznar a la guerra de Irak, el conflicto causó el descontento de los españoles y, al final, el PP perdió las elecciones.
El que ahora da su reino y lo que haga falta por verse con Obama es José Luis Rodríguez Zapatero. Su primera incursión en la Casa Blanca, después de años de aguantar desplantes, fue más bien desastrosa. Zapatero se fue con la familia y se hizo la foto de turno. Hasta ahí la cosa iba bien, tanto el presidente español como su esposa, Sonsoles Espinosa, son guapetones y estilosos.
Pero a la prensa americana no le gustó la indumentaria de las hijas de la pareja y no tuvo reparos en criticarlas abiertamente. El pobre Zapatero, que nunca había salido en los papeles estadounidenses, va y es noticia justo por una cuestión tan personal e intrascendente.
Claro que el presidente acabó de estropearlo cuando pidió a la Casa Blanca que retirase la foto familiar de su web, porque no quería que la gente conociese el rostro de sus retoños. Esta petición, parece que poco habitual, también dio mucho que hablar a los gacetilleros de Washington y se volvió a montar el lío. La polémica cruzó el charco vía internet y en menos de los siete minutos que Pujol tardó en explicarle a Bush qué es Cataluña, todos los españoles les ponían cara a las hijas de Zapatero.
El presidente ha vuelto ahora a la Casa Blanca, parece que con mejor fortuna. Pero debería ir con cuidado y recordar lo que le pasó a Aznar, porque, de momento, ya le ha prometido al Nobel de la Paz que mandará más guardias civiles a Afganistán.
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