La escuela de artes y oficios sí que triunfaba
Después de su homologación a todos los efectos con el resto de las carreras universitarias superiores, las Escuelas Superiores de Bellas Artes pasan a denominarse Facultades de Bellas Artes. Sin embargo, puede muy bien constatarse que las nuevas facultades siguen conservando un inevitable sabor de Escuelas Superiores ya que carecen, salvo excepciones, de unos objetivos definidos en cuanto a su nuevo estatus académico y cultural en general. Es decir, carecen de unos proyectos de Facultad que definan su nueva orientación en una época cada vez más compleja y especializada. Su actualización, no obstante, es evidente en aspectos formales de indudable importancia. Principalmente en un currículum más «moderno» en razón a las nuevas tecnologías, que no a la mentalidad, introducidas en él.
En efecto, las anteriores Escuelas Superiores estaban a mitad de camino de muchas cosas tenían algo de Talleres Libres, algo de Escuelas de Artes y Oficios y algo de Academias tradicionales. Su carácter eminentemente «práctico» o de índole «manual», hacía que todo apareciera más definido: allí se iba a aprender a pintar o a esculpir y modelar, y de paso se podía terminar como profesor de dibujo, que, por aquellos tiempos, era algo que tenía fácil salida profesional. Si pensamos que ese objetivo básico («aprender a pintar y a modelar») puede ser asuramido por las Escuelas de Artes y Oficios y que responde en gran medida a una idea más que creativa, recreativa o de asimilación de modelos «clásicos» o arquetipos y más bien de aprendizaje de métodos y reglas que de actitudes y crítica intelectuales, podremos entender la crisis en la que se encuentran actualmente estas Facultades. Es, por tanto, inevitable hablar de crisis de identidad cultural al referimos a ellas: su nuevo estatus está aún por definir.
Paradógicamente, una carrera, eminentemente práctica insertada tradicionalmente en un contexto investigador, estéticamente hablando, como puede enterderse la actividad plástica, ha estado buscando (y continúa haciéndolo aún hoy) su nivel investigador específico, tal cual exige el ámbito universitario. No se entiende muy bien en qué puede consistir ese nivel investigador, si en una actividad teórica (en los campos de la Historia del Arte, la Estética, o la Sociología del Arte, por ejemplo) o en la creación plástica pura. Es este un problema ya clásico, surgido a la hora de realizar por ejemplo el tercer ciclo o doctorado y que no es sino un síntoma de esa búsqueda de esencia específica mencionada (que, no obstante, podría correlacionarse con otra crisis de identidad también perceptible: la del artista actual frente a la «estetización» de la sociedad, que ya apuntara Oteiza).
Ciertamente el modelo de Escuela Superior se ha visto superado por los derroteros que en materia de creación artística ha seguido la aldea cultural. Más como las nuevas Facultades no aportan de hecho un modelo nuevo, no debe extrañar que éstas últimas mantengan una estrecha relación con las instituciones anteriores, en la medida en que no se han concretado sus nuevas atribuciones. Porque sucede que el paso a Facultad coincide con una época en que se cuestionan los limites y la naturaleza de la propia creación artística. Es decir, que los modelos culturales (o estéticos) no son controlados -y menos originados- en el interior de las instituciones sino que se encuentran dispersos en el contexto más amplio de la sociedad. Hoy, hasta para ser artista académico (?) no es imprescindible pasar por la Academia.
Lo que determina el arte y la cultura de hoy no es la Academia (cualquier Academia), sino lo que unos llaman el currículum oculto, y otros, el discurso de la época. Dicho curriculum o discurso tiene lugar en el contexto cultural general, y que se manifiesta a través de una multitud de canales. Lo cual, no tiene por qué invalidar a las Facultades; solamente exige que éstas ofrezcan su propia y diferenciada oferta. Pero sabiendo que no gozan ya del monopolio estético (si acaso del monopolio de la titulación). Esto precisamente -ofrecer una oferta propia y diferenciada- es lo que no sucede en las actuales Facultades de Bellas Artes. Hay que constatar la ausencia de debates en orden a este tema y no solamente por parte del profesorado, que está más pendiente de su propia estabilidad laboral que de otra cosa (lo que también está justificado viendo el actual contexto académico), sino también por parte de los propios alumnos. Respecto a éstos últimos, existe una extendida actitud acrítica bien respecto a la institución en general, bien a aspectos parciales como la formación teórica, bien a la práctica que se les imparte o bien al papel y al valor de los profesores.
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