José Saramago un hombre digno y honesto

Andalucía en general y Sevilla en particular estarán siempre en deuda con Pilar del Río, periodista granadina afincada durante muchos años en Sevilla, desde que hace más de veinte años se convirtiera en el lado más dulce de José Saramago. 

Ella nos acercó al escritor, lo convirtió en andaluz de pleno derecho y era la vía más rápida y eficaz para conectar con un auténtico militante de la vida y de la honestidad. Pilar lo dejó todo para dedicarse en cuerpo y alma al hombre que quería e idolatraba sin fisuras. No es fácil ser tan generosa con los demás y tan desprendido de sí mismo.

Los lectores en lengua española también le debemos su labor de traductora, que más que auténticas traducciones eran originales vertidos al castellano, y sobre todo que supiera convertirse en el complemento perfecto de un autor al que la palabra escritor se le quedaba pequeña. Gracias a ella esta tierra pudo disfrutar más de un escritor importante y sobre todo de una persona excepcional.

Siempre admiré la dignidad y la honestidad de un hombre que llevaba en su frente grabada la palabra 'moral', en un mundo donde ese concepto ya casi no existe. Era un francotirador de otros tiempos donde la ideología existía, como también algo que se llamaba compromiso y lealtad con las ideas. La muerte de Saramago nos retrotrae a otros tiempos, a otra manera de comportarse, a otra forma de darle sentido a la vida. 

Él, sin saberlo posiblemente, me remite a esos héroes fordianos, que nunca ocultan sus aristas más duras, pero que tampoco renuncian a su lado más dulce. Siempre me recordará a John Wayne, lo siento por la comparación que imagino no le haría mucha gracia, cuando en El hombre que mató a Liberty Valance llevaba un cactus a la mujer que quería conquistar, encarnando así unos de los personajes más frágilmente duros de la historia del cine.

Saramago en realidad nunca fue un auténtico Premio Nobel de Literatura, como bien afirma su muy cercana amiga Mercedes de Pablos, sino un auténtico Nobel de la Paz. A diferencia de lo que suele ocurrir en estos casos, la obtención del máximo galardón literario le sirvió básicamente para difundir su verdad, que no era otra que la defensa de los más débiles, las causas más desesperadas y la recuperación de algo que hoy nos parece tan alejado de la realidad como es el escritor comprometido. En este y en otros aspectos de su vida, Saramago representa un modelo a extinguir, un hombre que luchó contra el sistema precisamente con las armas que le proporcionaba el propio sistema. Ver a Saramago como un luchador solitario es no enterarse de nada, entre otras cosas porque Pilar siempre estuvo a su lado y sobre todo porque él estaba en perpetuo contacto con la realidad más cercana. Jamás renegó de lo que sucedía a su alrededor, aun a costa de correr el peligro de ser malinterpretado.

Hombre de viejos principios, de rudas convicciones de las que nunca abdicó, como tiene que ser, como ha sido siempre en la gente de bien. Persona íntegra antes que escritor reconocido universalmente, hombre cercano antes que estrella fulgurante de la literatura. Él, como pocos, ha sabido acercarnos a nuestras pesadillas más profundas pero, eso sí, manteniendo siempre la esperanza de una lucha que no se puede ni se debe acabar. Me quedo en mi recuerdo con la mañana en la que me encontré con Pilar acompañando al escritor por Sevilla y en la que me comunicó que iban a casarse, de la felicidad que irradiaban ambos, del gesto pausado y gentil de la elegancia de ese campesino del alma que siempre llevo dentro, de la humildad de los auténticamente grandes, del infinito valor de lo que significa la palabra amor.

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