Sofia Loren ha hecho un pacto con el diablo
No hay duda de que a Sofía Loren envejecer le resulta mucho mas difícil que al resto de los mortales. Habiendo sido una de las mujeres más deseadas por una buena parte de los hombres de medio mundo, no es de extrañar esa dificultad que entraña para ella el curso natural del tiempo. Es sabido que dejó de celebrar su aniversario cuando llegó el día de sumar medio centenar de velas a la tarta. Ante este panorama, no sería de extrañar que en su casa, como en la de la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses, estén prohibidos los espejos.
En efecto, ya no es aquella mujer temperamental y exuberante que gritaba a las vecinas en el patio, mientras tendía la ropa, en las inolvidables comedias napolitanas de Vittorio de Sica. Ya no luce esa poderosa espetera que enamoraba sin remisión a los personajes encarnados por Marcello Mastroianni. Pero tampoco tiene esa «percha en el escote, bajo la nuez», tan frecuente en el otoño de la belleza, de la que nos habla Enrique Santos Discépolo en su implacable tango Esta noche me emborracho. Dicen que el bisturí tiene la clave de la perennidad de aquel milagro que antaño obró la biología en el busto de la estrella. Sus admiradores lo desmienten. Ellos aún la siguen viendo jaleando la fruta en el mercado o yendo a buscar a Rusia a su marido -una creación de Mastroianni, claro- en Los girasoles (1970). Si la cámara, esa cámara a la que tanto enamorara, no se acerca mucho, las arrugas apenas se notan.
Cualquiera diría que para seguir conservando el esplendor, ha vendido su alma al diablo. La propia actriz nos descubre su secreto: «Sólo una disciplina férrea puede retardar la vejez. Para seguir siendo bellos hay que hacer muchos esfuerzos, llevar una vida sana. Me acuesto siempre temprano porque el sueño de antes de medianoche es el más importante». A buen seguro que su experiencia onírica es mucho más sosegada que las que provocaba su glorioso cuerpo entre quienes la adoraron. En los personajes que ha legado a la historia del cine la edad no cuenta. Lástima que mañana no quiera celebrar que cumple 75 años.
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