Entre el caos y el vértigo

La realidad tiene sentido porque alguien alguna vez se molestó en contarla. Decía Borges que todas las historias posibles caben en cuatro relatos: el asedio, el regreso, la búsqueda y el sacrificio de un dios. Y lo real no es más que lo que uno recuerda después de haber olvidado las historias de marras. Más allá de ellas, el caos. Brillante Mendoza, la estrella de la jornada, sabe de que habla Borges. Y la prueba es que todo su cine es un intento de refutarle. Su filmografía se alimenta de las emociones más primarias. En sus manos, la pantalla se convierte en una extensión casi física de la retina. Su cine molesta, huele, perturba, conmueve y, finalmente, pone de los nervios. La cámara no conoce otra regla que, ya se ha dicho, el vacío. Y así, en la total ausencia de referencias, sus propuestas, desde Serbis a Lola pasando por Kinatay (el más salvaje de los viajes), se mueven como auténticos martillos. Suenan y hacen daño. En efecto, si metemos una metáfora más, el párrafo explota. 

Ayer presentó en la Berlinale Cautiva y lo hizo con la declarada intención de dar un paso adelante en su libro de estilo. Esta vez, con Isabelle Huppert de kamikaze y protagonista, la propuesta del director es contar el secuestro de un grupo de occidentales a manos de unos fanáticos o algo peor de Al Qaeda. En dos horas, Mendoza comprime algo más de un año de tiempo y lo entierra en el corazón de la selva. 

De nuevo, la pantalla se empapa de la humedad casi putrefacta de eso llamado vida. La jungla se transforma en algo más que un simple escenario. Agobia, asfixia, molesta y, por supuesto, corta la respiración. De nuevo, el caos, que diría el perro de Von Trier, reina. Sin embargo, el director demuestra muy poca mano a la hora de introducir en su cine un elemento hasta esta película inédito: la narración. Ni uno sólo de los relatos que clasificara Borges le es medianamente conocido a Mendoza. El reto consiste ahora no sólo en hacer palpable la imagen, sino en, además, conseguir que el cuento se cuente, que el relato gire y lo haga con sentido. Tanto el guión (improvisado, dicen algunos) como la vistosa incapacidad para que el texto fluya al ritmo que marca la aventura -pues de eso va- hacen de Cautiva una obra fallida. Tan energética y vibrante como finalmente imprecisa. En cualquier caso, la imperfección es sinónimo de Brillante. Dice Huppert que fue precisamente «el vértigo, el caos» lo que hizo que se embarcara en el proyecto. Lo dice una mujer que ha trabajado por Haneke hasta el límite de Haneke, que es mucho. Y, la verdad, no se le puede quitar la razón. 

Y como quiere que el día iba de relatos, ahí apareció James Marsh. Hablamos del autor de documentales como Man on wire o Project Nim. O, de otra manera,dos piezas de precisión capaces de borrar la frontera artificial que separa la realidad de la realidad contada. El relato es, por definición, tiempo. Y el tiempo transformado en imagen es vida. Y esto vale para todo. De nuevo, Borges. 

Shadow dancer, con Clive Owen en el reparto, cuenta la historia de un policía y una terrorista del IRA envenenada por cosas tales como el sentimiento de culpa, el odio, la desesperación y el miedo. ¿Quién dijo que vivir era sencillo? Así, Marsh consigue invertir la jugada de sus documentales hasta transformar un thriller milimétrico en un jirón de piel arrancado a la realidad. En sus manos, la pantalla se vuelve turbia, los personajes se intercambian los papeles y el terror es mucho más que un estado alterado de la conciencia. Brillante (de brillar) hasta el último gramo de vida. Pues de eso se trata, de sucia, húmeda e imperfecta vida. Marsh sabe que la realidad no es más que un espejo pulido por alguno de los relatos del principio. Y al revés, la imaginación no es más que otro espejo en el que se mira la realidad. Tan borgiano, tan contrario a Mendoza. Por lo demás, la jornada se fue con Metéora, del griego Stathoulopoulos, un contemplativo viaje a un lugar místico, extraño y perfecto. Preciosa hasta el más profundo de los sueños. Buenas noches. 

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