Peligra la unidad de la Patria
Fue el Alcalde de Móstoles quien en aquella famosa proclama dijo que la Patria estaba en peligro. Y empezó la guerra de la Independencia. La cosas, al parecer, no están de la misma manera ciento ochenta años después, pero quien repasara los periódicos de los últimos días, sacaría como conclusión que algo pasa con eso de «la unidad de la patria», que en dos semanas casi se desgasta el vocablo. Desde el Rey, hasta Felipe González, pasando por Manuel Fraga y terminando en Joaquín Almunia, a los nacionalistas vascos se nos ha dicho: mucho ojo. En el debate de investidura, en representación del PNV, hablé entre otras muchas cosas del derecho de Autodeterminación. Mencioné lo que está ocurriendo en la Europa Central.
Le recordé la frase de Manuel Azaña: «Un torrente no puede deternerse con una espada». La cuestión no tuvo mayor comentario. No importaba que hubieran asesinado a un diputado de HB, malherido a otro, mientras informativamente el espectáculo giraba alrededor de Angel Alcalde, porque lo que importó, para ciertos políticos y para ciertos medios, era cómo hablaban en público Julio Anguita y José María Aznar. No importaba lo que dijeran. Sólo interesaba, aparentemente, el show. Y allí se anunció el debate actual.
Hace tiempo que sabemos que en el Madrid político importa más quién dice las cosas, en lugar de qué es lo que se dice. Luego, muchos se llevan las manos a la cabeza y buscan orígenes, causas y consecuencias. Siempre, demasiado tarde. Personalmente, mi pequeña experiencia me dicta, que no hay que esperar nada de este tipo de personas. «¿Qué es eso del problema vasco?». Suelen preguntar. Y como Becker, contestamos: «El problema eres tú. Para nosotros no hay problema vasco».
Terminado el debate, al día siguiente, S.M. el Rey, abría la legislatura. En su discurso dijo algo tan inobjetable como ésto: «Ninguna aspiración queda excluída por principio mediante supuestos límites supraconstitucionales. Más bien al contrario, el mismo ordenamiento constitucional sea la primera garantía de que todo es posible por la vía pacífica en el marco y conforme a las reglas democráticas, La violencia resulta aún más desesperante a causa de su propia esterilidad». Los diputados del PNV, anotamos el párrafo. Por algo se habrá dicho, nos dijimos ingenuamente.
Al poco, en Estrasburgo, Felipe González, frente a reticencias italianas, sacó adelante la fórmula sobre la autodeterminación del pueblo alemán. Días después Helmut Kohl decía enfático en Berlín. «Todos los pueblos de la tierra tienen derecho a su libre determinación, entre ellos el alemán». La yesca estaba apilada. La llama la acercaron en el Parlamento Catalán. Y el fuego prendió. Se había roto el concepto de la autodeterminación referido a pueblos coloniales. Alemania es Europa. El EBB dijo, «habrá que demostrar que Euzkadi no es un pueblo y no es Europa». Y ardió Troya. El PNV pasó de novia a suegra. De ser un engranaje de la política de Estado, al lazareto.
¿Alguien puede pensar que un partido nacionalista democrático vaya a dejar de ser nacionalista y permitir que utilicen este concepto los violentos? Es no saber, ni entender nada. Se está tan preocupado en la quincalla política, que los asuntos de calado ni se entienden, ni se tratan de entender. En aquel debate de investidura dijimos algo que sentimos muy de veras. Aquí, al inicio de la transición, había dos demandas claras de autogobierno: Catalunya y Euzkadi. Y una por despertar: Galicia. Con aquella miope y partidista política de «estado» tenemos ahora 17 autonomías.
No se han resuelto los dos problemas principales y se han creado catorce nuevos. ¿Es eso achacable a los nacionalistas? Por supuesto que no. Van ustedes a ver, oir y leer al Sr. Fraga convertido en un nacionalista gallego de pro. Y esto va a ser pésimo para el debate en cuestión. Reconozco tener hacia el Sr. Fraga una gran prevención. Cuando fue ministro de la Gobernación, con Arias Navarro, fui detenido, por lo mismo que él ahora, al parecer, demanda. Y en Euzkadi no nos olvidamos de que había que pasar por encima de su cadáver antes de que se izara la ikurriña. Sin embargo, es ahora celebrado como un gran hombre de Estado. La misma política de estado del PSOE, que empezó reivindicando con pancartas la autodeterminación y el ingreso de Navarra de la Comunidad Autónoma Vasca, y ahora se escandalizan ante quienes no hemos cambiado.
Pues bien, tras la cumbre de Estrasburgo, Felipe González, compareció en el Congreso. Catorce días después el panorama había cambiado. A mi planteamiento, y sir. venir a cuento, me sacó lo de la unidad de España. Estuvo desabrido y agrio. Parecía la Sra. Thatcher. Simplemente le dije que Alemania había impuesto en la Cumbre sus criterios políticos y él había tenido que salir con la fórmula de la autodeterminación. En nombre del PNV, lo único que le pedía era que en esa construcción de Europa, se tuviera en cuenta a las regiones naturales que reclaman ser oídas. Sólo eso. No hay derecho a que de esos cientos de reuniones preparatorias que Felipe González dice mantener antes de una cumbre, nunca informe a los presidentes autonómicos, que detentan competencias exclusivas en renglones tan importantes como el de agricultura. Sin embargo, el Sr. Romero impone, sin escuchar a las partes afectadas. ¿Es eso independentismo? Un ejemplo. Hemos estado dos años sin que España ratificara el acuerdo marco de Cooperación Transfronteriza. Otro.
A pesar de aprobar el PSOE en febrero una resolución del PNV sobre el establecimiento de un mecanismo de consulta a la hora de conformar la opinión europea, el Sr. Almunia no sólo no ha hecho nada, sino que amenaza con romper el Pacto de Gobierno y el de Ajuria Enea en cuanto se ha colado el «nefasto» vocablo de la autodeterminación. Y nos dicen que les damos alas a los violentos. Al parecer, en este país no podemos decir nada porque eso es dar alas a los violentos. Pues se equivocan. Lo hemos dicho y lo diremos. Y trataremos de quitarles esas banderas a los violentos. Aunque después de haber leído y oído todas estas cosas en veinte días, dolorosamente, empiezo a dudarlo. Eso sí que es dar alas a los violentos. Mientras en Madrid todo gira alrededor de la espuma de la cerveza, algo está fermentando.
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