Anthony Perkins una estrella turbia

Cuando Anthony Perkins se hizo famoso internacionalmente era joven e inmaculado, guapo y educado, alto y ancho de hombros y un actor promnetedor; algo así como un sucesor de Gregory Peck o un antecesor de Robert Redford.

Pero nadie es perfecto y tal porte no disimulaba sino más bien resaltaba, por contraste, su debilidad esencial, que constituía uno de sus atractivos más personales, su rasgo distintivo. 

Desde entonces Perkins ha arrastrado la imagen de un Peter Pan dramático que no pudo superar la crisis de la pubertad, de un neurótico irredento, de un galán que titubea; de un demandador de protección, de un aprendiz de brujo. Ese ha sido el personaje que ha representado más a menudo a lo largo de cuarenta años y otras tantas películas que conforman una carrera igualmente desvalida y ambigua, prometedora e irresoluta. 

Su momento de mayor éxito es también el de un encasillamiento que determinó la imposibilidad de calibrar adecuadamente sus méritos y posibilidades. Sólo media docena de sus películas son verdaderamente buenas y durante ,una larga época ha seguido la trayectoria errática de un famoso de Hollywood en decadencia, por producciones europeas y por superproducciones con repartos de viejas glorias invitadas en papeles secundarios. Perkins, nacido en Nueva York en 1932, hijo de un actor que murió siendo él niño, empezó a actuar muy joven en los escenarios. Tuvo un debut fugaz en The actress (1953, George Cukor) .pero prosiguió sus estudios, alternándolos con la televisión y el teatro neoyorkino. 

Al presentarse al famoso director Elia Kazan para el papel central de Al Este del Edén (que fue a parar a James Dean), consiguió al menos representar, sustituyendo al titular John Kerr, el de Té y simpatía.

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