Yo quisiera ser civilizado como los animales
La historia del Paraíso no termina cuando Adán y Eva son expulsados de él. Al contrario. Edén y humanidad son conceptos incompatibles. El hombre es un demonio. Los animales son ángeles. En el Arca de Noé sobraban el capitán y su familia.
¿Cómo sería hoy el mundo si al descender las aguas ningún bípedo implume hubiera descendido por la pasarela de la embarcación? La historia del Paraíso terminó cuando nuestros padres, acatando órdenes venidas del Primer Reich, el del Sinaí, crecieron y se reprodujeron.
Un restaurante de Phoenix ha incluido en la carta hamburguesas de león «para comensales aventureros» (sic) rindiendo así honores, según ellos, a la ubicación africana del campeonato mundial de fútbol. Veintiún dólares cuesta esa delicia nazi.
¡Si serán idiotas! La ocurrencia les ha valido, de momento, centenares de correos electrónicos enviados por los defensores de los animales y una amenaza de bomba. Cuenten conmigo para encender la mecha. Lobo soy, aunque sólo lo sea para el hombre. En Agadir han vuelto a dar la nota los nipones, los noruegos y los islandeses, empedernidos cazadores de cetáceos. No aceptan la moratoria propuesta por la Comisión Ballenera Internacional. Quieren seguir clavando sus arpones en el lomo de los animales que salvaron a Jonás.
Melville cometió la misma equivocación de Yavé en el Paraíso. No era Moby Dick el diablo, sino Acab. El 3 de julio estrenan, por fin, en Japón el documental (The Cove) sobre la espeluznante matanza de delfines que año tras año se perpetra en la minúscula ciudad portuaria de Taiji, cuyas aguas tiñe de rojo la sangre de veintitrés mil piezas traicioneramente conducidas a una trampa letal. El estreno de esa película que encoge el alma, previsto para el 23 de junio, tuvo que posponerse por amenazas de la extrema derecha, que la considera un ultraje inferido por los extranjeros a la cultura del Mikado.
Quienes llegan a Taiji se topan, a modo de nauseabunda bienvenida, con la estatua sonriente de un delfín. No cabe mayor cinismo. ¿Se imaginan lo que sería plantar una efigie de Hitler acariciando a un niño judío frente a la entrada de Auschwitz? Business is business.
La carne podrida de esos delfines, chorreante de mercurio, se vende barata en los supermercados y forma parte del almuerzo servido en las escuelas. The horror! The horror! El que me inspiran los hombres. Yo quisiera navegar sin ver manchas de sangre en los mares. Yo querría ser civilizado como los animales.
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