El gafe de la Pantoja

«Alguien me ha echado una maldición», soñaba Luis Yáñez en su casa de San Vicente, tras despertarse sudando como una caballa de Isla Cristina fugada de las fauces de un marrajo. Es cierto. El resultado de su pesadilla parece sacado de una deducción aristotélica tipo «bárbara». En los recovecos de sus entretelas corianas, este exiliado de la ginecología por dictado de la política tiene que estar formalizando una comisión de investigación íntima, para que aclare quién o quiénes pinchan con alfileres su efigie amuñecada en las trágicas noches de vudú. Y tiene sus razones para ello. Desde hace ciertas fechas, con algún antecedente rimbombante, al contrario que el Rey Midas, todo lo que toca se convierte en ceniza, que es, como se sabe, el femenino singular de cenizo. Ya no recuerda nadie aquellas maledicencias del señor Tamames, que, en pleno arranque de motor diplomático, pusieron en solfa sus aspiraciones internacionales en el Palacio de Santa Cruz. 


La verdad es que los corredores de alfombras de Exteriores no guardaban en sus valijas el busto de Luis Yáñez. Es la leyenda negra, ya se sabe. Pero es que hay más. Cuando ya colocado como gran jefe del V Centenario apostó por el excelso Ricardo Bofill como comisario de la Expo 92, los poseedores de la fórmula del hechizo echaron sus sapos en el caldero y salió bendecido el catedrático Olivencia, entre el incienso y los cirios de la divinidad. Sin embargo, Luis Yáñez no conocía todavía el rigor y la perseverancia de su malaventura. 

Cuando ha comenzado a coger cuerpo la sospecha de que álguienes están maleficiándole, ha sido ahora, desde hace algunos meses. La primera señal de los augurios tuvo lugar en Sevilla, cuando vio que ese pájaro de mal agüero en que se había convertido Alfonso Guerra se empeñó, cuando Yáñez estaba en la carrera para alcalde, en darse un par de vueltas por los barrios. Otra vez un pinchazo al muñeco, y Rojas Marcos va, y ayudado por los árbitros de la derecha recalcitrante, le tumba de un mazazo en los mismísimos. Golpe bajo, sin duda, pero el K.O. fue «dabuten». Cuando en un rapto místico, largó sobre el final del dúo dinámico Guerra-González, los demonios sanjuanistas del PSOE de Andalucía le vomitaron fuego en los pulmones y decidieron que había llegado la hora de su expiración. Y con esa aventura, se le abrieron sus cajas de Pandora -por lo visto unas cuantas, y las pócimas han surtido efecto.

Tras aquel vapuleo, que hay quien cree destrozó una operación monclovita para aligerar de guerristas la ciudad del Betis, defendió a los renovadores del socialismo sevillano, y , su propia mujer, Carmen Hermosín, sacudió sus entrañas presidiendo la lista urdida por el maquiavelismo oficialista. Más cianuro político para sus desdichadas vísceras. Y ahora, tras el descanso de la magnífica presentación del espectáculo «Tierra», del Lebrijano y Caballero Bonald, viene el navío, el puto barco, y se hunde delante de las sardinas jartándose de tierra, pero del fondo del maldito puerto. «Socorro -gritaba Curro- que me ahogo». Elcano, Elcano, ruega por nosotros. Si Carlos V hubiese estado aquí... o Magallanes mismo... ¡Qué cruz!. Y la nao «Victoria» da la vuelta al mundo, pero esta vez gracias a la televisión. O sea, que sí, que Luis Yáñez tiene serios motivos para considerar la posibilidad de estar gafado, de tener un mal fario como la copa de un pino o de estar a merced de los guisos brujeriegos de algún enemigo fértil e incansable, que lo conoce bien, que lo espía, lo vigila, lo acecha y lo machaca. «Pedazo de conspiración, gloria de trama», dicen que trina el hombre, interrogando al espejito mágico por la cara y las señas del maligno.

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