Un hospital submarino

Desde un enclave serbio, a penas a un kilómetro de distancia, un tanque yugoslavo apunta su cañón hacia el hospital de Vinkovci: un edificio gris de cinco pisos totalmente devastado y desierto donde toda actividad se ha refugiado en el sótano, al abrigo de los cotidianos bombardeos. «Aquí vivimos como en un submarino. Llevamos ya 30 días y 30 noches. 

Sólo es soportable porque nos dejamos la piel trabajando», dice el cirujano jefe, Josip Dolanski. Desde el 15 de septiembre, cuando comenzaron los verdaderos ataques contra esta localidad eslavona -la más afectada después de Vukovar, a 20 kilómetros- el profesor Dolanski ha llevado una minuciosa contabilidad: 150 muertos, 1.300 heridos de los cuales 350 muy graves, provenientes de todas las regiones del frente. Los pasillos débilmente iluminados del sótano están llenos de camas.


En dos habitaciones, donde se almacenan los medicamentos y material de esterilización, se han instalado dos salas de operaciones que funcionan las 24 horas del día. Lo normal, dice el cirujano, es realizar amputaciones, tratar heridas en el tórax y fracturas. El personal ha sido reducido de un millar a 200 desde el inicio de los bombardeos contra la ciudad. Sólo se han conservado los servicios de cuidados intensivos para hacer frente a la afluencia de heridos.

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