Las Koplowitz matriarcas y judías

EL caso de las Koplowitz, con Alicia en el país de las maravillas y las OPAS, nos devuelve a un matriarcado que más exactamente pudiéramos llamar matriarcalismo. Primero fueron las llamadas marquesas de la República, en los años treinta, con perlas más cultas que cultivadas. Victoria Kent, Rosa Chacel o María Zambrano pusieron una coloración femenina y hasta feminista en aquella República tan macho. 

Luego serían las señoras del franquismo (señora de Franco, señora de Carrero, señora de Fanjul), bizarramente denunciadas por Antonio Gala en momentos casi tan difíciles como los que hoy atraviesa la Prensa, en «Sábado Gráfico». «La señora de negro», como llamaba Ismael a doña Carmen Polo y Tico Medina a la censura. Alicia Koplowitz es la Bárbara Hutton española y sólo le falta encontrar su Cary Grant, que otras con menos dinero que ella han encontrado, asimismo, homosexual presentable.

No sé si tan homosexual como Cary Grant, que perseguía en Madrid a los botones del Hilton, pero presentable, ya digo. Somos, pues, un matriarcado, o mejor un matriarcalismo, y la cosa sigue con Marta Chávarri, que ha vendido el mito de la eterna adolescente. Con Isabel Preysler, que ha vendido el mito del exotismo, del oriente misterioso y legendario y, según Morriñas, del carrete, que, a falta de mejor información, imagino será lo que antes de la guerra se llamaba, en las casa de lenocinio, «hacer el francés». Se hacía o no se hacía el francés según la dignidad de la casa. Ignoro si en «Sadhows», de El Viso, se hace el francés, aunque los albaranes, que llegan hasta las cincuenta mil pesetas, bien pudieran incluirlo. Hoy el francés nos lo hacen hasta nuestras santas, el sábado después de las cenas matrimoniales.

Carmen Posadas ha vendido el mito del intelectualismo. No hay carroza ni retablo, aunque firme los billetes del Banco de España, que se resista a la colusión literatura/belleza. Lo que más cubre y adorna a una mujer desnuda es un libro. La arcaica hoja de parra no era sino una hoja impresa. Esperanza Ridruejo, nuestra Pitita, hoy corregida por su vuelta a la ortodoxia religiosa, fue durante mucho tiempo la hacedora de lluvia de la tribu de oro de la jet, es decir, la maga, la que traía el agua, la suerte o la desgracia. Y ella pronuncia todo un irracionalismo de echadora de cartas de mesa camilla que ha tomado Madrid, como antes París.

En cuanto a Tita Cervera, esposa del barón Cervera, don Tito, lo que le ha vendido al gran altruista alemán del arte es un macarra, es decir, todo lo que la enseñó, en los felices sesenta, Spartaco Santoni, que era el violador de oro y el submarino amarillo de aquella época, y cuyos afanes desvela estos días la Prensa del corazón político, no por una frivolización de los que venían siendo semanarios políticos, sino porque hoy la información, el higiénico amarillismo, llega hasta el revés de la política y las finanzas, y por el revés siempre hay una señorita que se ha olvidado la lencería íntima o un macarra de oro. El caso extremo es el de Charo Pascual, que nos vende aire, lo más difícil de vender, sólo aire, meteorología, ciclones y tornados, pero erotiza su mercancía sutilmente, de modo que a todos nos interesa muchísimo, ya, saber si mañana lloverá en Helsinki.

Tenemos, pues, una duplicidad matriarcalismo/machismo según la cual unas cuantas mujeres están moviendo el dinero, y por tanto la política, al mismo tiempo que otras son utilizadas para erotizar la cultura, la tecnología, la publicidad de detergentes y hasta el ciclón de las Azores. Dinero y sexo, como en las novelas de Kenneth Lipper, el gran cronista de Wall Street, es la traducción y lectura que hace la Prensa de la vieja ética socialista y los cien años de honradez, disipados y malbaratados en parte por años de dejación, nepotismo y tráfico de influencias y exudaciones.

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