Carmen Rigalt no quiere contacto con la gente

DOMINGO. Vivo fuera de la ciudad, en uno de esos territorios espúreos que a los urbanitas nos gustan tanto. Los árboles son de última generación y el aire huele a barcacoa. Al principio, las mujeres de la urba salían a la calle en chándal con la misma familiaridad con que las mujeres de los barrios salían en bata.

También se jugaba a tenis y se ligaba. Los maridos ligaban con las esposas ajenas, que luego recibían amenazas de las esposas propias.

Resultaba todo un poco cutre, pero era divertido y no necesitábamos tele.

Los costumbristas de entonces nos criticaban por la vida desnaturalizada que llevábamos.

En realidad no éramos ni carne ni pescado, ni de campo ni de ciudad.

Yo fui mudándome de casa y alejándome cada más de la ciudad que me pisaba los talones.

Hasta que comprendí que Madrid empezaba en el Alto del León y me detuve. La vida que busco hoy es la que pasa cerca. Ya no necesito socializarme.

Con Jordana y las gatas tengo suficiente.

Me he convertido en una vieja inglesa.

MARTES. Día de San Valentín. Antes era una horterada celebrarlo. Ahora, lo hortera es pasar de largo por la fecha. Íker Casillas le ha regalado a Sara Carbonero un anillo de 3.500 euros. Mi hijo Daniel le ha regalado a Sandra un fular de 60. Los 60 euros de Daniel, comparados con los 3.500 de Casillas, son un dineral.

MIÉRCOLES. Me ha conmovido la historia de Marisol García Alonso, una pequeña empresaria que acaba de publicar David contra Goliat, la historia de una larga peripecia vital.

Marisol lleva 15 años pleiteando contra el Real Madrid, a cuyos servicios médicos acudió un día en busca de ayuda. Entró con dolor de lumbares y salió con las cervicales despachurradas.

Marisol sabría más tarde que el responsable del desatino había sido un profesional no colegiado, pero de nada le sirvió. Hoy, la empresaria tiene la incapacidad permanente absoluta y un 77% de minusvalía. 

En este tiempo, ha llamado a todas las puertas del Real Madrid, pero sólo ha obtenido un llavero de cortesía. Dejó de ser madridista, comenzó la batalla judicial y se gastó hasta el último euro. El saldo de su pulso con el club suma ya ocho juicios. Ahora está en el Supremo a la espera de sentencia. Perderá, dice ella, porque éste no es país para débiles. La tenacidad del pequeño David solo funciona como metáfora.

MIÉRCOLES. Los príncipes inauguran Arco. Ya es hora de verlos. Felipe tiene un marrón en su vida (Urdangarin) y hace virguerías para evitar que le salpique. Si su hermana Cristina pasara a medio kilómetro de él, las especulaciones le alcanzarían.

Al príncipe le conviene preservarse y de momento lo está consiguiendo. Zarzuela es un tedioso remake de Dinasty. Buenos, malos y regulares entran y salen de escena como en un vodevil de puertas. El odio se ha instalado en palacio. Sucede en todas las familias.

Como dice Raúl del Pozo, el odio es lo que más une.

VIERNES. Fin de la ola siberiana. Por unos días han vuelto a mi memoria los crudos inviernos de Zaragoza, cuando la desgracia estaba representada en el viento que doblaba las esquinas. Ir al colegio era peor que ir a la guerra.

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