Vistiendo a las modelos

Y todo esto ¿para qué?, se preguntan algunos. Para varias cosas. Para muchas. Una de ellas es dar espacio a los que empiezan, a los que no tienen otra vía para saltar del boceto al escaparate. ¡Descubrir a jóvenes que crean y no copian! Para eso, la pasarela es (sería) perfecta. Reconforta pues encontrarse con diseñadores como Dragomir Krasimirov. Ganó en la última edición el premio al mejor talento debutante; ayer desfiló en la pasarela grande.

Drago no es de los que toman como referencia al cuello de Audrey Hepburn ni beben de tópicos escritos en francés chapucero. Drago recupera sus dientes de leche y se hace un anillo de plata cepillada para lucir su diferencia. Así, sí. «Fue el temor el que nos dejó en este estado... ¡qué suerte quien no lo posee!», dice la letra de una canción de Dead Can Dance. Sin miedo sale mejor.

Su propuesta, llamada Shelter (podría pasar por homenaje a los fallout shelters, esos refugios donde la gente piensa esconderse cuando alguien cumpla la amenaza nuclear) es una «respuesta idealista ante esta realidad que plantea la huida como método de defensa», una suerte de reflexión sobre la soledad inducida.

La colección se articula por medio de patrones que se retuercen y repliegan sobre sí mismos, envolviendo la silueta como un exoesqueleto «poco amable», y desarrollando un discurso repleto de pinzas, fuelles y drapeados, creando prendas que aíslan a quien las lleva de la astenia emocional y la empatía que sugestiona la conducta.

Drago es coherente, sabe qué quiere contar. Sabe cómo hacerlo. Quizás repita alguna idea, quizás no descubra mundos nuevos. Pero el suyo es estupendo.

En Valencia, últimamente, abrazamos el desencuentro. Nos encanta la violencia cuando no duele demasiado. El lío, el rifirrafe, la contienda sin trascendencia. Problemas entre diseñadores, recuentos de dinero... esas cosas. Por suerte, otro joven, aunque con más peso y trayectoria a sus espaldas, desfiló ajeno al mambo. Sólo moda. Álex Vidal (hijo), diseña e intenta que sólo sea eso lo que suba a las tablas.

No juega a la transgresión -tiene compromisos con clientes, entendemos- pero ya va mostrando lo que de verdad quiere hacer con sus colecciones. Reflexionó sobre la soledad, la naturaleza y el efecto romántico del frío: «Hay placer en los bosques sin pisotear; hay delirio en las costas solitarias», usando un fragmento de Lord Byron.

Formalmente mostró ese hielo en una pasarela escarchada y en algunos toques de transparencia. Además, se acercó a materiales como el zorro. Sus siluetas 'A' mantienen el tono habitual, construidas con patronajes casi geométricos. Las cremalleras a la vista... su autoría es muy clara y reconocible.

Jaime Piquer (no es joven pero, vaya, tampoco mayor) lleva años dejando claro lo que sabe hacer. Es buen ejemplo de constancia, de esa idea de que el talento no es nada sin trabajo. Por eso se permitió hacer un recuento de placeres culpables: colores pastel, punto, tul, volantes. Trabajó incluso sobre la pasarela, saliendo a escena para terminar de vestir a sus modelos. Pero no fue cursi. No hay nada peor que ser cursi.

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