El cólera se previene con higiene

Hace más de 45 grados de calor en la pobrísima colonia de Santa Victoria del este, sobre la ribera selvática del río Pilcomayo, en la argentina provincia de Salta, fronteriza con Bolivia. Allí llegó el cólera el 1 de febrero: once indios muertos y 188 enfermos es el primer balance oficial. El teniente coronel Barrionuevo dirige los «cañones» de los fumigadores que, durante los próximos seis meses, exterminarán a todos los insectos, aunque según el doctor Fernández, «la posibilidad de transmisión del cólera a través de los insectos es sólo del 1 %» . 

El cólera llegó a Argentina a través de la frontera con Bolivia. Cuando todos creían que se limitaba a la provincia de Salta, la enfermedad llegó a Buenos Aires, donde habitan 9 millones de personas. Más del 40%, en condiciones de pobreza crítica. Elvecia Leureira, 7 hijos y 34 años, fue la primera víctima no fatal del cólera. Pero su condición social fue la que generó la verdadera alerta roja: la enfermedad ya no atacaba a andrajosos indios olvidados sino que golpeaba las puertas de los suburbios de la ciudad más europea de América Latina. Los médicos diagnosticaron que -presumiblemente- Elvecia se había contagiado al ingerir verduras, que son regadas en Buenos Aires con aguas negras. Otro caso se repitió en Córdoba, hay otros cuatro más en observación en el hospital Muñiz de Buenos Aires. El país se ha puesto en emergencia sanitaria. El 5 de febrero el ministro de Salud, Julio César Araoz, anunció que la peste había llegado al país y denunció que Bolivia había ocultado la «existencia del cólera en el área y su imposibilidad de acceder a la zona para controlarla». 


El 6 de febrero, el ministro de la Salud de la provincia de Buenos Aires, José Pampurro, sostuvo que «el cólera podría llegar al gran Buenos Aires en 35 días», porque las aguas infectadas del río Pilcomayo desembocan en el Río de la Plata -frente a Buenos Airesa través del Paraná. Se ganó una reprimenda del ministro de Salud Araoz: «Lo haré venir aquí para que hable con los que saben y aprenda», le increpó Araoz. Envalentonado, el presidente Menem fue concienzudo en su diagnóstico el 10 de febrero, vísperas de su viaje a la conquista de Europa: «El cólera está controlado y jamás llegará a Buenos Aires», sostuvo. El 16 de febrero y traicionando todos los pronósticos, la peste llegó a Buenos Aires. Una psicosis colectiva se ha apoderado de la clase media de Buenos Aires. Se recomienda echar dos gotas de lavandina por litro al agua a consumir, el mismo método para lavar verduras frescas que deberán ser ingeridas hervidas, higienizar los lugares de aseo y los utensilios de cocina con lavandina y lavarse las manos repetidamente. Las ventas de lavandina aumentaron un 40% en las últimas dos semanas, pero se han detectado más de 14 marcas adulteradas y otras tantas de agua mineral.

De ahí que los especialistas indiquen que el agua más segura es la de la red nacional, cuyo sabor a lavandina se ha vuelto insoportable. Como el Gobierno pidió a la población que denunciara a quienen «ayudan» al cólera, una colección de denunciantes bloquea las centrales telefónicas de las redacciones informando sobre proliferación de basureros clandestinos, baldíos cercanos cubiertos de ratas o redes sanitarias estropeadas. Ser verdulero en estos días no es un buen negocio en Argentina. Los aficionados cazadores del cólera creen descubrir el vacilo en el tomate de la tienda de la esquina y llaman al ministerio de Salud. Llegan los temidos inspectores y la clausuran. La clase media se angustia pero los pobres aceptan resignadamente la llegada del cólera. Sin cloacas, con basura en sus calles sin recoger -porque los empleados estatales que hacen el trabajo han sido despedidos en nombre del ajuste-, sin asistencia social, no tienen medios económicos ni ayuda sanitaria para defenderse de la peste. «Se acuerdan tarde del cólera. Ya estábamos jodidos antes porque no teníamos ni comida ni trabajo. Ahora, encima la peste. Habrá que esperarla... 

Es parte de la miseria», acepta resignado Froilán Figueroa, en «Los Cerezos», un barrio al sur de la ciudad. El cólera ha generado una nueva ola de racismo contra los bolivianos, no sólo en la frontera entre Salta y Yacuiba. En los suburbios bonaerenses vive más de medio millón de bolivianos a quienes sus vecinos consideran «culpables» de la introducción al país del mal. «Creen que les trajimos el cólera. Y nosotros no "trajinamos" nada. Siempre han despreciado a los bolivianos», se queja Justina Asila, una campesina aymara que habita un barrio de Berazategui, en el sur de Buenos Aires.El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarracino, calificó el cólera «como peste de la miseria y la falta de higiene». Como en los tiempos de la campaña electoral, el Gobierno redescubrió a los pobres ante el avance del cólera. Poéticamente, el ministro Araoz sostiene que «ante la peste debe ondear la mano extendida al hermano».

Antonio Vilaplana, obispo de León, acaba de ser investido como caballero del Santo Sepulcro. El acto tuvo lugar el fin de semana pasado, en el monasterio de El Escorial, y tiene mucho de anacrónico. Uno piensa automáticamente en Las Cruzadas, el Santo Grial, los oscuros siglos de terrores medievales, los caballeros de la Tabla Redonda y hasta en Indiana Jones, por qué no. Quizá haya en ello un poco de incultura, aunque quizá sea mejor no profundizar, por si acaso. De cualquier modo, el tiempo parece haberse detenido muy atrás en la historia, en éste y en otros ámbitos.
En muchos aspectos, las ciudades y pueblos de León siguen siendo como pequeños recintos amurallados, ensimismados, casi cacicatos, feudos. Sorprende ver, de pronto, a un alcalde de IU, Guillermo Murias, al lado de los vecinos de Villaseca de Laciana, en plena comarca minera, «sitiando» el cuartel de la Guardia Civil para evitar su desalojo y cierre. ¿Y que hace un alcalde de IU apoyando la permanencia de un cuerpo que durante muchos años constituyó una auténtica fuerza de ocupación de triste recuerdo? Las ideologías políticas tienen hoy otros contextos democráticos. Como en muchos pueblos de España, donde ya ha ocurrido lo mismo, los vecinos temen que la desaparición del cuartelillo incida en la seguridad ciudadana. El alcalde, en todo caso, parece que intenta «estar» con el pueblo, con sus vecinos, apoyar unas reivindicaciones que pueden parecer justas. 

Pero también argumenta Murias, sutil, que no se puede precisar la supuesta incidencia del cuartel sobre la seguridad ciudadana porque «tampoco sabemos cuántos delitos ha evitado su sola presencia».
En realidad, lo que les pasa a los habitantes de los pueblos es que cada vez se sienten más solos. A la despoblación se ha ido sumando la desaparición del médico, del maestro, del veterinario, del cura... y ahora se van hasta los guardias civiles, que, por otra parte, también desarrollan una ingente labor en otros terrenos, como el SEPRONA en el campo medioambiental.

En la provincia leonesa cada vez son más los pueblos deshabitados y, sobre todo, semi-deshabitados. Están ubicados en zonas hermosas e inhóspitas con sus infraestructuras cada vez más deterioradas. En invierno quedan incomunicados por la nieve y hasta los coches de línea han ido desapareciendo paulatinamente. No hay progreso.

Pero sigamos con las edades antiguas. La Fundación Sánchez-Albornoz celebra estos días en la capital leonesa el V Congreso Internacional de Estudios Medievales, dedicado a Finanzas y Fiscalidad Municipal y coordinado por el profesor José Luis Martín. Quizá les vendría bien a nuestros políticos gestores asistir a un cursillo de Finanzas y Fiscalidad municipal, pero de la época actual, para evitar irregularidades como las que se relatan más abajo.

El congreso coincide con las fiestas de San Froilán, patrono de León, con su tradicional celebración del foro y oferta, otro rito ancestral en el que el Cabildo y la Corporación defendieron sus milenarias y «cabezonas» posturas.

Y también para volver atrás en el tiempo, una frase de la procuradora leonesista Conchi Farto, que recientemente ha creado una corriente de opinión crítica en la Unión del Pueblo Leonés: «Mi situación en el partido es la que es sólo por ser mujer», ha dicho. «Se ha utilizado mi faceta de mujer y no la de política para atacarme, las acusaciones de algunos dirigentes del partido son totalmente machistas». Ahí queda eso.

En el Ayuntamiento de León se ha descubierto otro agujero: un déficit de 28 millones en las pasadas fiestas de San Juan y San Pedro, celebradas a finales de junio. El dinero, según la Concejalía de Fiestas, se gastó «en actividades no presupuestadas en el programa festivo, incluidas a última hora» a pesar de las consignas de austeridad. El que fuera concejal durante el anterior gobierno de Juan Morano, Enrique Gavela, parece que ha salido rana. De su despacho fue precisamente de donde desaparecieron los famosos seis millones de pesetas de los que nadie ha vuelto a saber nada. El dinero estaba guardado en unos archivadores y el propio concejal los había retirado de la Caja Municipal para pagar «a tocateja» a los músicos y artistas durante las fiestas. El actual alcalde, Mario Amilivia, ha hecho público un decreto, la pasada semana, dándole a Gavela un plazo de diez días para abonar de su bolsillo los seis millones. Si el ex concejal no paga, el Ayuntamiento recurrirá a la vía administrativa, mediante la cual se podría llegar incluso al embargo de sus bienes y cuentas. Lo peor es que éstas son sólo algunas de las irregularidades detectadas en la Concejalía.

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