Julia Roberts en Pretty Woman
El ciclón Pretry woman arrasa nuestras costas. Antiguamente, los de siempre, sin aspavientos sabían perfectamente cómo mondar un langostino -o sea mondar una naranja, pelar un langostino- pertrechados con los correspondientes cubiertos.
Pero como el acceso a la mesa de mantel de hilo está cada vez más concurrido, y para que no le ocurra al interesado lo que le ocurría a Julia Roberts en Pretty woman, que no sabía si el artilugio para comer caracoles se lo había olvidado sobre la mesa un ginecólogo o un dentista, hay dos cadenas, los domingos por la tarde, a esa hora blanda de las cinco y pico, que se han propuesto, filantrópicamente, enseñar buenas costumbres al que no las tiene. El programa de Antena 3, Ricos y famosos es menos didáctico y más exhibicionista. Te mete -como las revistas de decoración- en casa de los famosos, te deja curiosear por las habitaciones, sin miedo a que le desordenes -con tus groseras maneras- una chuchería innovadoramente colocada por Pascua Ortega (es un suponer).
Te da la oportunidad, también, y es mucho de agradecer, que Carmen Rossi, Carmencita, con esa voz tan personalmente cazallera que tiene, se te asome desde el probador de Nina Ricci y te pase la lencería fina de la casa parisiense (que no es, desde luego, la de andar por casa, de la casa de María Teresa Campos). Pero más que del programa que conduce, como una esfinge hermosa, Lola Forner (qué diferencia con Lydia Bosch, que cuando sonreía parecía que inundaba de luz una iglesia románica de pueblo castellano), quisiera hablar de la más increíble media hora que uno tiene la oportunidad de ver en las parrillas televisivas. Me refiero a Las buenas costumbres, que presenta Emilio Gutiérrez Caba para Telemadrid.
El guión es de un tal Locus Motio -que supongo no estará al día en el pago de las cuotas de la Asociación Colegial de Escritores- y es totalmente surrealista, y está interpretado surrealistamente total por un cuadro de actores, que vamos, nada que ver con el de Radio Madrid. El ejercicio práctico, hace un par de semanas, fue cómo comportarse en tina recepción oficial, en una embajada concretamente. Lo increíble es que los consejos del «enteradillo» iban en serio; si le hubiera insinuado, por lo menos, que es de mala educación dejar caer por el sumidero pectoral de la señora embajadora los restos desganados de una gamba a la gabardina, pues eso, que nos hubieramos reído y a lo mejor, burla, burlando, hubiéramos aprendido algo. Pero es que hacer un programa así, en serio, resulta -pienso- de lo más ridículo. Increíble. Entiendo que hay muchas horas de programación y no excesivo ingenio, pero Las buenas costumbres rizan el rizo.
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