La madre de la Pantoja es una gitana de las del moño
Lo dice doña Ana María -para el couché, la mamá de la Pantoja; todas las pantojas tienen mamá, no falla- en Semana: «Es bueno volver la mirada hacia atrás para ver lo que has dejado en el camino». Qué palabras éstas tan inoportunas, las de doña Ana; qué sabrá ella, pobrecilla. No parece que ésa sea la consigna, que nadie quiere, en estos tiempos, convertirse en estatua de sal por mirar hacia atrás. Que de lejos sólo se puede ver y admirar -ay, quién pudiera acercarse- el cuerpo de Charo López, que te lo confiesa en Interviú: «De mi cuerpo sé que tengo un lejos bueno». Qué hermosura de álbum en blanco y negro -es tan cutre el color cárnico de Interviú, que lo auténtico, para diferenciarse, debe ir en gris- nos ofrece la revista esta semana y qué sobriedad la del titular -«...tengo un lejos bueno»- y qué precisión.
De lejos sólo se puede ver a Charo López; nada más hay detrás de esta sociedad que se escandaliza -moderadamente, o sea los plumíferos de la semana, que ya está yendo la policía municipal a preguntar a los conserjes y porteros si el plumífero del segundo izquierda arma broncas con los vecinos, que ya se sabe que se empieza inundando al vecino de abajo por un descuido y se acaba metiéndose con el poder- porque Felipe González se haya olvidado de la letra de «La Internacional». El único que lo entiende es el viejo sindicalista, Marcelino Camacho, que lo declara en Tribuna: «A Felipe se le ha olvidado la letra de "La Internacional" porque no la aprendió bien de entrada». Lo raro es que no se la recordaran ese par de conversos -la calificación, o la precisión, es de Tiempo- conocidos como Curiel y Sanroma -ay, «camarada Intxausti», biografiado por Pedro Calvo Hernando, cuánto papel mojado llevamos a nuestras espaldas, ¿no?, que salen en todas las fotos del 32 Congreso. Aunque Guerra sí tiene quien le escriba -Marín Prieto, en Tiempo, pues también es necesario esbozar la otra cara, qué no haría Alfredo Fraile con el partido en el poder, que anda en el tiro al plato de todas las semanales «serias».
Alfredo Fraile, un lince -dicen- para estas cosas de la imagen, envía su «poética» a Cambio 16 («...quisiera aclarar que nunca desde esta oficina se ha dicho ninguna mentira...») y deja que sus frutos cuajen en los escaparates de las revistas de esta semana, que pocas cosas hay más hermosas que conjugar amistad y profesionalidad. Lo apunta Carmen Rigalt, en Tiempo: «Fraile, hábil, conciliador, listo, logró convertir a su amigo en el recluso más famoso del país». El reclusoamigo es, claro está, Carlos Goyanes, que sigue enredado en la tela de araña de la justicia, según los reporteros de Cambio 16, pero que viste a toda la familia -él, la mujer y sus dos rubias y angelicales niñas- de ropa vaquera para recibir a la Prensa en la finca toledana de -claro- Alfredo Fraile: El juez Garzón dirá lo que tenga que decir pero este hombre que se confiesa en Diez Minutos («Decoré la celda con fotos de mis hijas»), en Semana («El sufrimiento de mi mujer y de mis hijas estos meses es lo peor de todo»), en Lecturas («Me siento un hombre nuevo» y sueña con una nueva paternidad), en Interviú («Garzón y yo somos víctimas de Portabales») y en Panorama («Me gustaría decirle a Garzón que no se puede meter en la cárcel a nadie sin indicios»); este hombre, pienso, se merece una prueba de confianza (Fraile, desde luego, conoce su trabajo).
Fraile, sin duda, le ha dejado hablar a Goyanes, pero ha cuidado en especial que tenga buen color el reportaje gráfico, que lo que importa es la imagen: líricos se ponen en Diez Minutos con eso de que «una imagen vale más que mil palabras», y en París, por eso, retratan «el otoño de los Rossi», que en París está Carmencita, la nieta preferida de su abuelo -atuvo alguna vez un abuelo esta Carmencita?-, casada con un anticuario -a Moncho Alpuente, en Tiempo, no le parece casual que la nieta de Carmen Polo, conocida por sus aficiones, se matrimoniara, por segunda vez, qué le vamos a hacer, son los tiempos éstos, con un anticuario-; Carmen parece triste y melancólica, aunque, en Lecturas y en Semana, le visitara su hijo Luis Alfonso. Ya nada es como antes, ni Felipe González recuerda los versos más vibrantes de «La Internacional» ni los Franco son los Franco, aunque hayan pasado quince años y ellos, según Tiempo, hayan despilfarrado la gran fortuna: ellos, Carmen Franco y el marqués, Francis y la Rossi.
Aquella noche tan larga sólo es película, película de García Sánchez, que quiere ir a Berlín, al Festival, según cuenta Tribuna, que ya valora al Caudillo para nada; ella ni nadie, salvo Tiempo (y con la revista, Umbral, Vázquez Montalbán y Moncho Alpuente, tres «rojos» de mucho cuidado, que le están escribiendo al Caudillo sus cartas sin sello; a una carta dirigida a Franco, ponerle un sello de Franco es redundante e inoportuno, eso no lo hace ni Vizcaíno). Tribuna dedica sus pesquisas a advertir de las maniobras existentes para romper la relación del Príncipe con Isabel Sartorius (en Tiempo se comenta que la madre y la hermana de Isabel están siendo investigadas en el mismo narcopaquete de Garzón), mientras Hola, más institucional, rehuye toda evocación nostálgica y nos recuerda que hace quince años, un 22 de noviembre fue coronado Rey don Juan Carlos, y que a su lado estaba, escuchándolo todo con esa seriedad que tienen los angelotes rubios, el príncipe Felipe, que hoy ya ha rebasado el listón con creces de la media nacional. Hola nos recuerda, sí, dónde estaba don Felipe hace quince años, pero ¿y los demás? Dónde iban a estar: mirando hacia adelante, hacia el 92, que nadie quiere convertirse en estatua de sal, que mejor será preguntarse, en Lecturas, cuál es el secreto de la eterna juventud de Isabel Preysler (en Semana no quiere que Miguel vuelva a la política y en Panorama quiere vender la «Torre Picasso»), que todo lo demás es accesorio. ¿A qué extrañarse, pues de que Felipe González haya olvidado la letra de «La Internacional»? La letra y la música, a ver, como todo, y el que esté libre de pecado, que mire hacia atrás, con la mamá de la Pantoja.
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