Mandan a los niños sordos junto con los retrasados mentales
Al centro de deficientes psíquicos de Alcorcón «Severo Ochoa» asisten dos niños y una niña cuya única deficiencia es la sordera. La razón aducida por los profesionales es que en este centro está ubicado el único aula de audición y lengua que existe en el municipio. Durante un tiempo a estos hijos de un dios menor no les importó acudir al centro. Luego fueron creciendo y todo se complicó. Sus padres dieron vueltas tratando de buscar un centro alternativo, pero la escasez de recursos se encargó del resto. Almudena, cabello rubio y ojos azules, tiene una mirada cálida. Su expresión está llena de esperanza cuando mira los labios mientras le hablas.
No te escucha, pero lee en tus labios y después su garganta emite su voz a trompicones. Su amiga, Carmencita, le traduce con el lenguaje de las manos lo que Almudena no ha captado en tus labios. Las dos ríen juntas las bromas, o permanecen en silencio cuando se les pregunta por el colegio.
Otra de las mejores amigas de Almudena, también sorda, ha salido este año del colegio después de permanecer cinco años en él para estudiar peluquería. La afirmación de Rosa, una de las madres que conoce a Ana, la niña sorda que abandonó el centro de deficientes psíquicos, es tajante: «Desde que ha salido de este lugar se ha integrado en el mundo». La opinión unánime de cuantos profesionales han entrado en contacto con Almudena ha sido de sorpresa y su conclusión única: no debería estar ahí. La especial historia de esta niña tiene otros datos: por la tarde estudia mecanografía y, en el terreno deportivo, el año pasado resultó campeona de los 150 metros libres femeninos para deficientes psíquicos con cociente intelectual superior a 50. Pero los problemas de adaptación no acaban ahí.
En el centro «Severo Ochoa» es una especie de caja de Pandora donde conviven, junto a los niños sordos, una niña catalogada de débil mental, paralíticos cerebrales, niños límite y pequeños con el síndrome de Down. Sandra, de 15 años, se negó a comienzo de este curso a volver al colegio y sus padres aún están buscando un lugar en el que la admitan. Sandra tiene dificultades para el aprendizaje. No va al mismo ritmo que la mayoría, pero tiene muy claras sus habilidades: «Sé leer, escribir, sé hacer las cosas de la casa y bajo a hacerle la compra a mi madre», afirma. Son muchas las madres de los alumnos del centro que quisieran ver a sus hijos en otros colegios, pero todas afirman resignadas: «Primero hay que encontrar un lugar donde les quieran». El centro lleva cerca de siete años abierto y los padres hablan de discriminaciones y de carencias: desde la falta de un psicólogo, hasta las grietas en el asfalto del patio que impide a los autocares poder entrar hasta la puerta. Entre los problemas más recientes citan los dieciséis alumnos de 18 años que este año han debido dejar el «Severo Ochoa» sin poder ir a otro centro alternativo.
Con la lista de carencias más que de reivindicaciones bajo el brazo, los padres de los alumnos han acudido al Ministerio de Educación, han escrito a la Reina y han solicitado ayuda del Defensor del Pueblo. Piedad, una de las madres que ha batallado desde el principio, describe la situación convencida de que nadie se quiere acordar de ellos. Responsables de Educación Especial del MEC dijeron a este periódico que aunque no conocían el caso de Alcorcón un alumno sordo debe ser atendido en un centro ordinario.
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