El trabajo como actividad lúdica
A muchos podría sorprender el encontrar una sensibilidad poética como es la suya, envuelta en el aquelarre de escritores negros que estos días acogen los viejos Astilleros del Cantábrico. A Sepúlveda le vincula una gran amistad con Paco Ignacio Taibo II, el instigador del certamen («somos los dos escritores iberoamericanos más leídos en Francia») y la trama de una serie de novelas que está escribiendo a partir de diez guiones que realizó para la cadena alemana Arte. «Son las historias de un personaje muy torero, Juan Belmonte, un marino chileno que trabaja para la Lloyds y que se ve envuelto en casos horribles de corrupción política en América Latina. La primera, Nombre de torero, aparecerá este año editada por Tusquets, que ha comprado toda mi obra».
A continuación editarán Crónica del naufragio del Sucre y Desde la perspectiva del gordo, que es una radiografía de mi generación desde la única óptica posible, el humor: a este hombre se le derrumba el último eslabón de su militancia cuando cae el Muro de Berlín, a partir de entonces descubre que lo único que puede defender es lo que ha ido ganando con la vida; es decir, unos kilos de más. Es un alegato en defensa de la gordura. La siguiente entrega de Tusquets será una revelación para los amantes de Bruce Chatwin, con quien Sepúlveda recorrió La Patagonia para resolver la cuenta pendiente que el británico había dejado tras su Viaje a La Patagonia: «Durante dos años recorrimos juntos el lugar en busca de una prueba de la muerte de Butch Cassidy y Sam Skead, los bandidos norteamericanos que murieron asesinados en Chile, a sus ochenta años, después de asaltar todos los bancos posibles para financiar revoluciones anarquistas».
Los dos escritores se conocieron en el café Zurich de Barcelona con la mediación de Mario Muchnik y la verborrea que contagian dos botellas de coñac. Pero la muerte de Chatwin impidió que el proyecto se consumara en un libro, que más tarde escribiría el propio Sepúlveda, Dos gringos: «Conseguimos hallar la tumba de los bandidos y comprobar que a sus cadáveres les faltaba la cabeza, que era la prueba que la agencia Pinkerton de EEUU exigía para otorgar su recompensa y que se perdió para la historia en el laboratorio de una médica rusa enamorada de Cassidy». El siguiente trabajo que aguarda en Tusquetas es una historia de piratas del siglo XVIII que demuestra cómo los anarquistas tomaron el color negro de su bandera del emblema corsario: «La pista la encontré en un museo de Saint Maló y el desarrollo demuestra que los postulados éticos de la anarquía y de los hermanos corsarios son los mismos».
Y hablando de piratas y bandidos, Sepúlveda, que guarda con la ecología su último compromiso, pasa también revista al oscuro panorama dejado en Asturias por el saqueo industrial: «Esta región se enfrenta a un desgaste ecológico incomensurable, después de haber sido durante tanto tiempo la vaca de España; pero su fuerza natural es de tal magnitud, que estoy convencido de que sobrevivirá. Además, a los asturianos siempre les salvará su buen humor». Luis Sepúlveda ha abandonado mucha cosas en vida, pero lo que nunca podrá dejar en el camino es el entendimiento lúdico y positivo sobre la realidad. «Creo que estamos construyendo una utopía nueva, tengo mucha confianza en la generación joven, son mucho más maduros de lo que fuimos nosotros y no van a caer en la tentación de tomar el poder para ser felices después; no, quieren ser felices ahora y empiezan a practicar la democracia entre ellos. Han incorporado dos cuestiones fundamentales, la ecología y la liberación de la mujer.
Quienes detentan el poder en España han cometido no sólo un error, sino todos, es algo grotesco, de novela cervantina; y la crítica que hacen de los nuevos votantes es injusta: la actitud que tomaron haciendo peligrar el poder del socialismo fue un acto de valentía, se sintieron capaces de elegir otra alternativa». El escritor reivindica, cuantas veces le sea posible, la capacidad de sueño y risa del individuo, el aspecto lúdico de la vida. Quizá por ello se siente estos días como pez en el agua, parándose con todo el que se acerca a saludarle (Sepúlveda, es un personaje popular en esta tierra de emigrantes como fueron sus abuelos), estrechando entre sus gruesos brazos a los cómplices de su juego más bien nocturno. Esta reunión de escritores es fantástica porque unifica un montón de elementos e individuos extraordinarios que por sí solos quizá no tendrían tanto sentido. Una barraca, un chiringuito, un stand de libros, escenarios para la música... sólo si lo unes puedes apreciar su singularidad. Sepúlveda se une así al manifiesto que subyace en esta feria cultural que tanto espanta a los grises celadores de universidad. Destaca en su recordatorio la figura de José Bonilla, un minero reconvertido en organizador de eventos culturales y campañas de ayuda humanitaria (libros para Cuba o mantas para Bosnia): «Su trabajo es una constante recuperación de la capacidad lúdica». Porque la vida no es sino un juego y lo más peligroso, dice, es tomársela, en serio.
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