Estaciones robóticas manejadas a distancia
«Tenemos ante nuestros ojos una visión, no demasiado bella, del hígado enfermo de un cerdo. Es la primera vez, creo, que se ve en directo y con tanto detalle el hígado de un cerdo a 15.000 kilómetros de distancia». Desde Pasadena (California), el doctor Licinio Angelini explicaba paso a paso los pormenores de la primera «operación» vía satélite de la historia. Su «paciente» estaba en Milán: un falso abdomen de silicona que escondía en su interior un hígado real. De cerdo. En Milán, Universidad Politécnica, había un ambiente dicharachero e informal, como de andar por casa (un cerdito de peluche presidía la escena operatoria a modo de mascota). En Pasadena -Jet Propulsion Laboratory de la NASA- se respiraba casi la misma tensión de cuando el hombre puso por primera vez su pie en la Luna.
Hubo muchísimos problemas con las transmisiones, pero el doctor Angelini se las vio y se las compuso para poder activar su «tercer brazo»: un gélido robot, lo más parecido al torno de un dentista, que con precisión milimétrica abrió las tripas al cerdo de silicona. Y poco más. Porque lo que se pretendía ayer era demostrar que se puede operar desde miles de kilómetros de distancia. Que de aquí a cinco años pueden estar ya listos los primeros robots para intervenir sobre cuerpos humanos, con el médico en la punta del planeta. El experimento se saldó con un éxito a medias. La conexión vía satélite fue como el parto de los montes: si el paciente llega a ser real, se nos queda sin anestesia. A decir verdad, la «operación» supo a bien poco. Todos esperábamos ver al robot manejando pinzas, aplicando gasas, cortando con tijeras... La cosa se quedó en. una simple y apurada incisión; el trabajo sucio queda todavía en manos del señor doctor. Hoy por hoy, pese a todos los avances de la robótica, a lo más que puede aspirar el «brazo mecánico» es a practicar un corte o, como mucho, poner una vacuna.
Con el tiempo, dicen, el robot será capaz de imitar los movimientos del médico con la ayuda del guante rnilagroso de la realidad virtual. «Estamos al inicio de una fascinante línea de investigación», advirtió ayer Alberto Rovetta, el padre informático del invento. «Nuestro objetivo es la construcción de estaciones robóticas móviles que puedan ser manejadas a distancia».
Desde Pasadena a Milán hay 15.000 kilómetros en línea recta y 80.000 millas de estratosfera (contando la distancia recorrida por la señal vía satélite). Sin embargo, por obra y arte de la «telepresencia», el doctor Angelini pudo casi hasta oler el hígado sanguinoliento del «paciente»... «Vamos a dar la orden para que el robot lleve el bisturí a nivel del plano cutáneo», explicaba el doctor Angelini, y el ingeniero americano movía el ratón de su ordenador para transmitir las órdenes. «Ahora vamos a practicar una incisión lateral de 15 milímetros. ¡Adelante!». Y el robot, obediente, perforó por primera vez la piel, lo justo para introducir una microcámara endoscópica. Después, un poco más a la derecha, volvió a hincar el bisturí -ras, ras- para abrir paso a todo el instrumental. El resto queda todavía en manos de los humanos. Desde Pasadena, el doctor Angelini podrá decir misa. Quien al final corta el bacalao es el cirujano de Milán, que tiene que estar al quite. La telerobótica está aún en pañales: tendrán que pasar años, más bien décadas, para que el sueño de una «teleoperación» haga saltar de la tumba al mismísimo Isaac Asimov.
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