Mi último suspiro

El periodista José de la Colina y el guionista Tomás Pérez Turrent, mexicanos los dos, viejos conocidos de Buñuel, convencieron al maestro de Calanda allá por los años setenta del interés de realizar una entrevista «in extenso» y a tumba abierta sobre su obra. Buñuel, poco proclive a las declaraciones, les sorprendió aceptando casi inmediatamente. Sin embargo, la dedicación profesional de los dos entrevistadores y los frecuentes viajes que por entonces hacía don Luis fueron alargando el proyecto en el tiempo hasta el punto de que una iniciativa posterior del guionista francés Jean-Claude Carriére, que se formalizaría en el libro de memorias.

Mi último suspiro, provocó que esas muchas horas de entrevista grabadas por los dos críticos mexicanos permanecieran inéditas durante años y años y que, por lo tanto, no llegaran a tiempo de que Buñuel las viera impresas en el libro con el que él pretendía precisamente cubrirse ante futuras peticiones de entrevistas y declaraciones. Este interesante trabajo sobre el autor de Ensayo de un crimen ha aparecido recientemente en una magnífica edición de la colección Plot que dirige el cineasta español Fernando Trueba. En este libro Buñuel cuenta muchas anécdotas que dieron origen a tal o cual escena de sus películas, rememora sucesos del pasado y personajes con los que convivió en el París de los surrealistas, en la España de la II República o en el Hollywood de los años cuarenta, y sobre. todo explica con detalles aspectos que se refieren preferentemente á la estructura de sus escenas, a la técnica, planificación y montaje de sus películas, y a las continuas ideas y ocurrencias de puesta en escena que enriquecían como por milagro momentos o situaciones de sus obras. 


Se niega por el contrario Buñuel a aceptar la mayor parte de las interpretaciones psicoanalíticas que sus entrevistadores, directamente o aludiendo a otros especialistas, atribuyen a sus películas. Piensa el autor de Viridiana que lo importante es que la película emocione a cada espectador, que le sugiera algo, aunque los motivos de esa emoción puedan entrar en contradicción ideológica o estética con sus propias intenciones de autor. Y desde luego, a los críticos que más teme es a aquellos que «ven símbolos por todas partes». 

Hoy casi nunca hablamos de las películas de Buñuel, como si no recordáramos ya aquellos años en que ver una película de Buñuel era prácticamente imposible, años de descubrimiento, estupor, risas y entusiasmos, años de pasión por el más grande cineasta español. Aquel hombre que tanto enfurecía al establishment en tiempos del inacabable general, que había cruzado, el charco con el alma destrozada de los exiliados, dispuesto a agredir a todo bicho viviente desde sus postulados surrealistas nunca del todo abandonados, hizo en México películas alimenticias y maravillosas, integrado en una industria que producía películas de charros y melodramas lacrimógenos -¡ojo, algunos muy buenos!- y fingía humildemente que se había olvidado ya de que era el autor de Un perro andaluz y La Edad de Oro. El libro de Pérez Turrent y José de la Colina nos recuerda paso a paso la obra completa de Luis Buñuel e invita tanto al recuerdo y a la reflexión como a volver a ver estas películas geniales. 

Y nos devuelve un cine provocador y moderno, repleto de ideas visuales, de personajes apasionados, hombres celosos, mujeres peligrosas, curas encantadores sólo a la hora del chocolate, malos rematadamentetontos, ciegos acechantes, mendigos glotones, enanos enamorados, gallinas, arañas, borregos, vírgenes y santos, zapatos, botas, pantorrillas y piernas ortopédicas, huevos fritos y migas de campanero, crucifijos y cadenas, tumbas profanadas y esqueletos sobre las rocas. El inventor del asesino Archibaldo de la Cruz y del paranoico Francisco Galván, el padre de Viridiana y de Tristanita dijo una tarde a sus entrevistadores mexicanos que no le buscaran símbolos. Los hay con cara.

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