El mundo mágico de Peter Pan
Su vida fue una ejemplar encarnación del sueño americano: el triunfador que comienza repartiendo periódicos cuando niño y termina siendo, no ya presidente, sino rey de un territorio edificado con su propia fantasía: Disneylandia. Con sus creaciones ha marcado el Siglo XX, pero no sólo por sus películas y personajes sino por sus múltiples objetos, juguetes, cómics... y toda una industria montada entorno a ellos. Varias veces estuvo a punto de arruinarse pero siempre consiguió salir adelante. Era un hombre que creía férreamente en su instinto y que fue, además de un gran creador, un gran experimentador y un formidable hombre de negocios, ayudado siempre por su hermano mayor Roy que se encargaba de la parte financiera y que fue una persona decisiva en su vida y obra.
Reconocen sus admiradores que el dinero le interesó siempre a Disney pero afirman que sólo como posibilidad de invertirlo en nuevos experimentos, muchas veces en contra de la opinión de Roy. «No hago películas para hacer dinero, hago dinero para hacer películas», afirmaba Disney, «no hago películas para que les gusten sólo a los niños o a los adultos, no las hago para un espectador imaginario, las hago para que me gusten a mí», palabras que podían haber sido pronunciadas por Chaplin o Howard Hawks, cineastas que tuvieron la fortuna de que sus gustos personales coincidieran con los de una gran mayoría de espectadores. A partir del momento en que pudo permitirse contratar a otros dibujantes, Disney no volvió a dibujar para sus películas, reconoció que otros lo hacían mejor que él. Se sentía orgulloso de saber ensamblar los diferentes talentos que trabajaban para él. Rossellini pensaba que las películas no se hacen sólo con la cámara sino con ideas, Disney pensaba que las películas de dibujos animados no se hacen sólo con las manos que dibujan sino con la cabeza y el corazón. Dijo Disney: «Yo no creo que las cosas sin emoción sean buenas o duren. Para mí el humor consiste en risas y lágrimas. Las dos cosas puse en Blancanieves. A ratos daba pena ella, y también los enanitos». Consiguió nada menos que treinta Oscars, el primero por la creación de Mickey Mouse. Empezó artesanalmente con una cámara filmando las aventuras de Alicia -una niña real- sobre la que el propio Disney dibujaba sus sueños.
Y aunque no fue el primero en poner personajes reales junto a dibujos animados -ya que antes lo había hecho Max Fleisher, el creador del Gato Félix y de Betty Boop, sí fue el primero en sincronizar una película. sonora de dibujos animados, y el primero en hacer una película en color -Disney, en su afán de perfeccionismo y también haciendo gala de su avispado talento comercial, consiguió que Tecnicolor le dejara durante dos años la exclusiva de su procedimiento, con lo que sacó una gran ventaja sobre sus competidores, y fue también el primero en hacer un largometraje de dibujos animados: Blancanieves y los siete enanitos (1937) -la película más taquillera en la historia de Hollywood, solamente superada años más tarde por Lo que el viento se llevó, y el primero en experimentar con las tres dimensiones, el cinemascope y el tecnirama, así como el primer y único «hacedor» de dibujos animados que filmó películas con actores sin dibujos animados como La isla del tesoro (1950) y 20.000 leguas de viaje submarino (1954) -película que curiosamente dirigió Richard Fleisher, el hijo de su más directo competidor: Max Fleisher.
Las películas de Disney tratan todos los géneros, en primer lugar son películas de dibujos animados, pero en todas hay números musicales, humor, risas, melodrama y escenas de tenor (como la pesadilla de Mickey Mouse en El aprendiz de brujo de Fantasía (1940) o en Pinocho (1939), en la secuencia en que los niños golfos beben cerveza y fuman mientras juegan al billar y cuyas risotadas se transforman en un rebuzno desgarrado porque se están convirtiendo en burros; este rebuzno estremecedor no desmerece del patético y roto kíkiriki del profesor Unrath al volverse loco en El ángel azul de Von Sternberg). Su trabajo en la preparación de la historia, de los gags, del guión, de la caracterización de los personajes, la elección del estilo visual, de los colores, de las voces y la música de sus películas es lo que revela a Disney como un auténtico creador. Si todo su cine tiene un aspecto onírico, la estilización de los dibujos de Alicia en el país de las maravillas (1951) y Fantasía (1940) tienen un fuerte aroma psicodélico. Como dice ValleInclán en La pipa de kif: «Mis sentidos toman a ser infantiles...». El episodio de Disney que prefiero es La danza de las horas de Fantasía: aquellas avestruces danzarinas, aquellos elefantes, aquellas pudorosas y coquetamente obscenas hipopótamas con sus falditas rosas... aquellos aviesos y pícaros cocodrilos que van en su caza...
Hasta ahora creo que nadie ha notado que tanto estos cocodrilos y elefantes como las elefantas cotorronas de Dumbo (1941) tienen un claro precedente en la obra gráfica del caricaturista Heinrich Kley, que dibujó elefantes e hipopótamos muy parecidos a los de Disney y también mujeres desnudas bailando con cocodrilos seductores en posiciones muy parecidas a las de La danza de las horas. Kley dibujó su obra antes que Disney, en el primer cuarto de este siglo. La huella de Disney aparece en muy notorias y variadas circunstancias: desde el Castillo de Xanadú de Ciudadano Kane -que recuerda al castillo de Blancanieves y los siete enanitos- hasta Ivan El Terrible de Eisenstein -éste declaró a la vuelta de su segundo viaje a América que los dos cineastas que más le habían impresionado eran Disney y Ford; hay momentos de Ivan El Terrible que recuerdan en parte al Von Sternbreg de La emperatriz escarlata y mucho a Disney, sin olvidar su influencia, tanto en sus métodos de trabajo como en su estilo, en Spielberg y George Lucas. Disney llegó a Hollywood con una maleta de cartón y, paradójicamente, con la idea de llegar a ser director de cine, no de animación sino de actores; pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que esto era un sueño imposible y decidió dedicarse a los dibujos animados. Frank Capra en su autobiografía cuenta cómo fue el principio de Disney en Hollywood: un amigo le pidió a Capra que visionara una película. Después de la proyección Capra, admirado, interrogó al hombre de aspecto de vagabundo que había traído la película: «Sí, yo era dibujante en Chicago... no, el personaje de este ratón es una creación mía... yo le llamo Mickey Mouse... no, es mi voz con la que habla... nosotros hacemos primero el sonido y luego la animación... sí, sería muy feliz si esto lo pudiera ver Harry Cohn...». Harry Cohn decidió que Columbia distribuyera las películas de Disney, pero pronto rompieron. Como dice Capra: «Un genio había nacido: Walt Disney.
Pero Disney, un hombreniño, y Cohn, un hombre vulgar, hablaban diferentes lenguajes. Cohn confundió la sensibilidad con la debilidad. Prepotente y estúpidamente perdió la más rica mina de oro de Hollywood. El hombreniño cogió sus fascinantes películas y se las dio a la RKO para que las distribuyera. Y más tarde, como todos los genios deben hacer, Walt estableció su propia productora y distribuidora. Disney logró que sus sueños fueran conocidos por niños y adultos generación tras generación; sin embargo de Disney, el hombre, se sabe muy poco. César escribió La guerra de las Galias en tercera persona siendo él el protagonista, Disney tuvo la astucia de encargar su biografía a su hija Diana Disney (las cosas que en primera persona pueden parecer petulantes no lo son en las palabras de una hija que quiere a su padre).
Por Diana nos enteramos de que el padre de Disney, Elías Disney, era socialista, que el primer dibujo que hizo el niño Walt representaba a un capitalista gordo con un trabajador en su cabeza, que su padre le puso desde muy pequeño a repartir periódicos junto con otros niños a los que pagaba tres dólares a la semana, pero a su hijo no le daba nada: «... después de todo, a ti te visto y te doy de comer». Un día su padre le quiso azotar y su hermano Roy le dijo que no se dejara; cuando el padre le fue a pegar, Walt le sujetó con la mano. El viejo lloró al darse cuenta que su hijo era más fuerte que él... Diana Disney nos sorprende descubriéndonos que su padre tenía miedo a morir a los 35 años, puesto que así se lo habían augurado. Aún incluso pasados éstos, mantuvo su aprensión hacia la muerte. Quizá por eso se negó a crecer, convirtiéndose en ese niño eterno que fue Peter Pan en un mundo mágico. A su hija le pidió: «Cuando muera, no quiero que me entierren. Quiero que me recordéis siempre vivo».
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