Desde las ventanas del colegio
El autor se nos presenta enfundado en la formidable armadura de su propia austeridad. Lo que Golding sabe hacer, incuestionablemente, es hacer ver al lector. Si la religiosidad estática de Golding, con su densa crueldad y sus elevadas simplezas, resulta un tanto medieval, también lo es el interés que manifiesta su elaborador por la construcción y el funcionamiento de las cosas.
Dios está en los detalles, por así decirlo. En The spire, que seguramente sea su mejor novela, vemos que el deán Jocelin preside la ingente empresa de construir la aguja de la catedral (Golding, que vivió muchos años en Salisbury, podía ver la gran aguja de la ciudad desde las ventanas del colegio). En la novela resuenan los martilleos y los golpes, los crujidos de las maderas y los cantos de la piedra.
Dios está en los detalles, por así decirlo. En The spire, que seguramente sea su mejor novela, vemos que el deán Jocelin preside la ingente empresa de construir la aguja de la catedral (Golding, que vivió muchos años en Salisbury, podía ver la gran aguja de la ciudad desde las ventanas del colegio). En la novela resuenan los martilleos y los golpes, los crujidos de las maderas y los cantos de la piedra.
En determinado momento, Jocelin se sube a la torre para contemplar desde allí la campiña, «los valles de los tres ríos que se unían junto a la catedral se abrieron de par en par. Los ríos lanzaban sus destellos hacia la torre y se veía que todos aquellos lugares que habían estado separados para los pies y que sólo se juntaban merced a un acto de la razón, formaban, de hecho, parte del todo. Al noreste, consiguió divisar tres diferentes molinos y tres diferentes cascadas situadas a distintos niveles y unidas todas ellas por alianzas de agua que avanzaban serpeando hacia la catedral.
El río avanzaba, efectivamente, cuesta abajo». En las obras de ficción de Golding abundan tales momentos de visión. De hecho, sus ficciones tratan esencialmente de la visión, del contemplar, por fin, la bondad, el mal y la pérdida de la inocencia. Muchos de sus personajes -el Ralph de Lord of the flies, Jocelin, el Oliver de The pyramid- experimentan un súbito acceso visionario al final de sus libros. «Jocelin -afirma Golding- se da cuenta, al final, de que no existen trabajos inocentes. Su aguja ha sido construida por razones mezquinas.
Es un hombre orgulloso. Supongo que mi sentido de la inocencia ha contaminado los recorridos por mis ficciones».
Es un hombre orgulloso. Supongo que mi sentido de la inocencia ha contaminado los recorridos por mis ficciones».
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