La televisión como tercer elemento

En la guerra del golfo no se ha impuesto el axioma hegeliano de la subjetividad absoluta, no se ha intrumentalizado la inteligencia (humana) -pese a haber sido una guerra operacional. Los americanos ni tan siquiera supieron calcular el dispositivo bélico (real) del enemigo, y les burlaron la «vista» con maquetas de aviones... lo cual, hasta cierto punto, tampoco es atípico, puesto que, como recalcaba Clausewitz: «la guerra es el campo de la incertidumbre; tres cuartas partes de las cosas a partir de las cuales es necesario calcular qué acción debe ser emprendida en una guerra se encuentran más o menos ocultas en la nebulosa de una gran incertidumbre...» 

Pero ese no es el juicio sintético de Jean Baudrillard -a estas alturas es pura tautología presentar al factotum de la sociología posmoderna, puesto que el sociólogo francés no replantea la cuestión de la guerra como fenómeno de factor único (variable independiente, VI), que podría determinar las variables dependientes (economía, geografía política, VD). No analiza la inferencia de las VD -en forma aislada o conjunta- sobre la VI, ni tan siquiera desde un dilema de alteridad (o de lucha por el poder), lo cual implicaría un otro antagónico (en términos funcionales), sino que ha incorporado un tercer elemento: la televisión. Y el sociólogo establece un microanálisis de la representación en tiempo real del fenómeno bélico mediatizado por la pantalla televisiva. 

De hecho, procede a una generalización ¿abusiva?, puesto que observa que nos vemos expuestos a una alteración de la realidad (manipulación subliminal): «nuestro virtual supera definitivamente lo actual», y el sociólogo incide en la patología fenomenológica que puede provocar la transmisión televisiva: «ya no estamos ante una lógica de pasar de lo virtual a lo actual, sino en una lógica hiperrealista de disuasión de lo real mediante lo virtual». Y todos estos prolegómenos ¿en qué apuntan a una revisión de la figura teórica de la guerra del golfo? Si en la guerra convencional intervenían factores multivariables: economico/geográfico/políticos, etc... en la guerra en tiempo real (televisada en directo), se interpone un «gigantesco dispositivo de simulación»: «a la catástrofe de lo real preferimos el exilio de lo virtual, cuyo espejo universal es la tele». Y, en ese sentido, el sociólogo posmoderno recuerda el «affaire» de la marca GARAT en que «nadie supo jamás cuál era el producto que anunciaba. Publicidad pura, porque pertenecía al dominio de la especulación...», y eso funcionó en base a la ausencia de hechos (o sea de información real). 

Como bien observó Allport, lo que alimenta el rumor es, paradójicamente, la falta de noticias -al no tener información concreta la gente se inclina por la Lógica de lo peor, y adopta (para autosegurizarse) un comportamiento mimético... Imagínese una pesadilla kafkiana, o sea un señor K, usted, cualquiera, del que un «ente» -por razones subjetivas- inventa una biografía «terrorífica»... ¿se lo creería? Como recalca Baudrillard «Aunque hay absurdos de diversos tipos: el de la masacre y el de caer en la trampa de la engañifa de la masacre. Ocurre como en la fábula de La Fontaine: el día que se próduzca una guerra de verdad, ni tan sólo notaréis la diferencia. La verdadera victoria de los simuladores de guerra estriba en haber metido a todo el mundo en la podredumbre de esta simulación».

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