Los grandes olvidados
Si la inauguración «extraordinaria» con el gran Pollini fue algo para recordar, tampoco ha estado nada mal el comienzo real del ciclo de Cámara y Polifonía. Los Virtuosos de Praga responden a la muy larga y buena tradición de una de las grandes ciudades musicales europeas.
Su concertino, Vleck, es un sensible y virtuoso violinista, que se lució como solista en la lírica romanza de Dvorak. Todos, hasta el excelente trompeta Hasennohrl, que también pertenece a la orquesta, habían estudiado cuidadosamente la acústica de la sala pequeña, que parece hecha para la intimidad del cuarteto. Una orquesta, aunque sea de proporciones «clásicas», y sobre todo la trompeta, siempre penetrante, pueden rozar los límites de lo conveniente en el limitado recinto.
Su concertino, Vleck, es un sensible y virtuoso violinista, que se lució como solista en la lírica romanza de Dvorak. Todos, hasta el excelente trompeta Hasennohrl, que también pertenece a la orquesta, habían estudiado cuidadosamente la acústica de la sala pequeña, que parece hecha para la intimidad del cuarteto. Una orquesta, aunque sea de proporciones «clásicas», y sobre todo la trompeta, siempre penetrante, pueden rozar los límites de lo conveniente en el limitado recinto.
Los praguenses nos han traido un programa de olvidados, o al menos de relegados. Juan Cristian Bach fue uno de los que «inventaron» la nueva sencillez del clasicismo galante, abandonado y hasta rechazando la complejidad contrapuntística barroca. Para él, su glorioso padre era un sabio teórico, poco apto para la audición pública. Con el auge de los genios, Haydn y Mozart, Juan Cristian y otros compañeros mártires, que habían abierto el camino, quedaron en la nebulosa.
Además el tiempo cambió las tornas y fue causa de que Juan Sebastián, como Saturno, se comiera a sus hijos. Otro olvidado: Juan Nepomuceno Hummel, famosísimo en su tiempo, pianista insigne y compositor entre el clasicismo vienés y la alegría italiana. Su celebridad se extendió por toda Europa. El brillante concierto fue estupendamente interpretado y se repitió el graciosofinal que podría responder a este principio físico: toda trompeta sumergida en un presto vivace desarrolla un aire circense de mucho cuidado. El público que llenaba la sala pequeña lo pasó bien. Divertirse de vez en cuando no viene mal, y además, con la música no es pecado.
No se ha olvidado a Anton Dvorak, pero sí muchas de sus obras. Como suele ocurrir, el gran nombre de Dvorak se mantiene en el repertorio sólo gracias a media docena de títulos. El repaso a los catálogos se agradece. Gracias, pues, a los Virtuosos de Praga, por habernos presentado la muy bella romanza y la Suite checa, otra muestra de nacionalismo directo. Parece que queda bien decir que los músicos nacionalistas no tomaban sino ritmos y giros folclóricos. Dvorak tomaba melodías enteras y no por eso menos genial. Se ovacionó a los intérpretes y hubo dos propinas. Hubiéramos preferido una de las Danzas eslavas, pero fueron un vivaz Rossini y un Pachelbel romantizado.
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