Jessie Ware tiene mucho estilo
Cuando Jessie Ware emergió en la escena pop inglesa, lo hizo defendiendo antiguas nociones de buen gusto y sensualidad.
Educada en el soul pero conectada con la escena de clubes londinense –lo que ayudó a que sus primeros singles y su álbum de debut, Devotion (2012), se beneficiaran de producciones y remixes de los principales artistas de la escena house y dubstep como Disclosure, Julio Bashmore o SBTRKT–, las canciones de Ware lograron ser al mismo tiempo un ejemplo de vanguardia y clasicismo, lo que sucedería si Adele se dejara tentar por la tecnología.
Poco a poco ascendía a la categoría de estrella emergente, en un contexto en el que este tipo de perfiles –vinculados a la expresión más aseada del R&B– eran los que demandaba la industria del pop.
Además, Jessie Ware tendía a la balada de seda, a ese tipo de canción apasionada, casi lacrimógena, que tanto éxito tuvo en los 80. En ella era fácil reconocer rasgos de la música de Sade –reivindicarla estuvo muy de moda hace dos años–, incluso del Prince más femenino –que está muy de moda ahora–, pero sobre todo de Annie Lennox: ese pop blanco, lujoso, agradable, desinfectado, se le daba muy bien en temas como Wildest Moments o No To Love.
De entre la cosecha de discos de 2012, Devotion resultó una de las gemas más brillantes; su éxito en Gran Bretaña fue sonado y en el resto de Europa recibió un apoyo incondicional por parte de los sectores adictos a la música urbana y de baile.
Dos años después, Jessie Ware vuelve con Tough Love, un segundo disco que persigue consolidar su posición de reina del sentimentalismo en clave electrónica (¿qué decir de títulos como Champagne Kisses o Sweetest Song, tan cargados de romance y lujo?).
Tiene delante el obstáculo que le plantea su primer disco, una coincidencia inspirada de los productores más interesantes de aquel momento clubber y una voz joven y renovadora; al lado de Devotion, Tough Love no deja de ser una repetición de la jugada sin el siempre interesante factor sorpresa.
Pero disco fiable de soul blanco, el segundo de Jessie Ware cumple con las expectativas y agita de nuevo el recuerdo de Sade y Lennox, divas del pop que han dejado una huella tan discreta como profunda.
Annie Lennox, curiosamente, ha sido una de las pocas superventas de los 80 impermeables al revival, a pesar incluso de que cantantes tecno-pop como La Roux hayan animado a buena parte del público joven a investigar qué clase de música hacía Eurythmics.
No hay una reivindicación firme de Lennox, no ha estado de moda en la forma en la que regresan figuras olvidadas, quizá porque ella nunca ha dejado de figurar en primera fila de la actualidad –aunque solo haya grabado cinco discos (y una antología) en 20 años–, ya sea recabando fondos para la lucha contra el sida o cantando en películas de Hollywood como la saga de El señor de los anillos.
Justamente ahora se publica un nuevo título suyo, Nostalgia, que busca activamente separarse de la modernidad para ingresar en el clasicismo, y en el que versiona con aplomo y gusto algunos de sus temas favoritos de soul y jazz de los años 30 a 50, canciones de George Gershwin (Summertime), Screamin’ Jay Hawkins (I Put a Spell On You), Billie Holiday (God Bless The Child) o Duke Ellington (Mood Indigo) que han superado la prueba del tiempo, que siempre serán tenidos por clásicos perfectos, y que en sus manos, y en su voz, defienden la idea de la elegancia a toda costa.
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