La música House
El house era una música joven en 1990. Había nacido cinco
años atrás en los clubes subterráneos de Chicago, una de las pocas ciudades de
Estados Unidos donde había pervivido la música disco –mutando en una variante
mucho más cruda y maquinal–, y al poco tiempo había saltado a Londres vía
Ibiza.
Tímidamente, pero de forma inexorable, aquel sonido iba conquistando a
una juventud que aprendía a desinhibirse y pasaba la noche en vela, bailando.
Entre 1987 y 1990, la mitología del house, que ya se había
desarrollado en Chicago y Nueva York –mientras en paralelo Detroit daba origen
al techno–, tuvo otro capítulo en Gran Bretaña. Un capítulo de éxito, además:
se extendió la fiebre rave, las fiestas atraían a miles de personas, y la que
es hoy la industria más poderosa de la música electrónica de baile echaba por
fin a andar.
Aparecían los primeros DJs, se abrían clubes, se organizaban
fiestas en medio del campo que desafiaban el estricto orden del último gobierno
de Thatcher y el único de John Major, y empezaron a surgir los primeros sellos
y los primeros artistas que, por vez primera, se veían formando parte troncal
del género emergente.
La mitología del house inglés tuvo varios capítulos
importantes –The KLF, 808 State–, pero ninguno tan trascendental como la irrupción
de LFO, un joven dúo del perímetro industrial de Leeds que firmó un hit –LFO
(Leeds Warehouse Mix)– que entró en el top 20 y catapultó las ventas del joven
sello discográfico por el que habían fichado. Warp, consolidado a los pocos
meses como la principal institución de la música electrónica en los 90.
LFO lo formaban Mark Bell y Gez Varley, y su álbum de 1991,
Frequencies –no sólo uno de los primeros del house, sino aún hoy considerado
uno de los mejores de la historia– cambió para siempre las reglas del juego.
El
primer tema se abría con la pregunta de una voz fría, robotizada –House? What
is house?–, y lo que venía a continuación intentaba responder a la cuestión no
con una síntesis del pasado, sino con una proyección de futuro.
Aquel debut trasladaba
las influencias de lo que LFO identificaron como "pioneros del groove
electrónico" –Kraftwerk, Phuture y los primeros The Human League– a un
escenario pleno de posibilidades, en el que la (breve) tradición se
transformaba en experimentación efervescente.
Tomaban su nombre de las siglas de "low frequency
oscillations" –las variaciones de onda violentas que producían su
característico sonido artificial y borboteante, conocido en la época como
bleep–, pero poco a poco la paleta de sonidos de Bell y su socio se expandió
hasta cuajar en un estilo que originó lo que hoy se conoce como IDM, ‘música de
baile inteligente’, tan rítmica como abstracta.
Tras el segundo álbum, Advance (1995), Mark Bell se quedó
como el único propietario del proyecto LFO, que sólo dio para un álbum más
–Sheath, publicado en 2003; incluía otro de sus grandes éxitos, una bomba de
sonido bleep actualizado titulada Freak–, pero esa bajada en el ritmo de
publicación de su música propia –al margen de proyectos como Clark o Speed
Jack– no significó que se hubiera quedado en silencio.
Desde mediados de los 90, Bell fue un activo colaborador de
la islandesa Björk, para la que diseñó el entramado sonoro, entre la música
orquestal y la sintética, de su LP Homogenic (1998). Casi todos los discos
posteriores de Björk –en especial Vespertine, y el último, Biophilia– incluyen
colaboraciones decisivas de Bell. En 2001 firmó también la producción de
Exciter, el disco en el que Depeche Mode intentó retomar su orientación
electrónica tras años de deriva rockista.
Mark Bell llevaba dos años preparando el regreso de LFO.
Había actuado en el Sónar de 2013 –y estaba anunciado para la edición de 2015
de Sónar Reykjavik–, pero las complicaciones derivadas de una operación
quirúrgica hacen que esa promesa se vuelva imposible.
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