El desnudo integral está de moda

Últimamente al personal le ha dado por desnudarse a desgarrapellejo. Pero no por las partes pudendas, que eso es desacato, exceso, insolencia y demasía. Sino por las partes económicas. Éstas siempre han sido, curiosamente, más pudendas que güitos y nonetes, sobre todo entre los ricos, que los pobres ya venimos, de serie y fábrica, semidesnudos.

Tiene escrita Mario Benedetti la tremenda diferencia que, para desnudarse, existe entre Ustedes y nosotros: 'Ustedes, cuando aman, exigen bienestar, una cama de cedro y un colchón especial; nosotros, cuando amamos, es fácil de arreglar, con sábanas: ¡qué bueno!, sin sábanas: ¡da igual!'. Lo cual que en la cosa del desnudo los pobretes siempre nos hemos quedado en porreta a la mínima, sin pretensiones, sin que ni siquiera lo exigiese el guion. Con la piola subconsciente presta a disfrutar.

En estos tiempos en los que la mayoría silenciada destaca entre crujir de dientes sus «debe», no está nada mal que las minorías recamadas exhiban sus «habe». Aunque tan sólo sea por animarnos, al ver que no todo el mundo tiene una mano delante y otra detrás. Una hipoteca al frente y un desahucio en el retrovisor. Al parecer hay gentes que tienen hasta fondo de pensiones, ya no les digo de doña Joaquina Usúnariz Morell y Duque, o de don Luis Fuster Capistrós de la Riva, lamentable y recientemente fallecidos en el ABC, que es el periódico donde se mueren los ricos.

Los políticos, según se está consignando en acta, tampoco es que lleguen a la contumacia económica de los opulentos plutócratas pero, quien más quien menos, tiene su capitalito, que a veces les viene de por casa, en ocasiones es fruto de su hacendosa laboriosidad y, en muchas oportunidades, parece tratarse de una generación espontánea de antes de Pasteur. Claro, que casos hay, como el de don Alfredo P. Rubalcaba, que usufructúa de cuerpo presente casi un millón de euros y una vivienda. Tampoco es que esté mal el de Mariano Rajoy, que es usuario privilegiado de seiscientos mil, cuatro casas, un garaje y una oficina. Y casos hay, como el del menesteroso senador de Bildu, Iñaki Goioaga, que ha de conformarse con mil euros al año. La criatura, al parecer, está más tiesa que Gerineldo. Manda volovanes.

En Región también se dan estas magníficas diferencias de clase. Y entre el exalcalde de Medina del Campo, Crescencio Martín Pascual, que cuenta y recuenta un millón doscientos mil euros, y María Sánchez, concejala de IU en el Ayuntamiento condal de Valladolid, sin pisito ni vehículo, que recibe al año poco más de diez mil euros, con pluriempleo parcial y todo, no hay comparanza, dónde va a dar.

Uno, personalmente, se niega a declarar su patrimonio, mayormente porque me daría una oprobiosa vergüenza propia. Y, sobre todo, porque no creo en la transparencia. Y es que no se trata de ver las cosas con nitidez a través de, sino, precisamente, de lo contrario: de ver dentro.

Don Ramón del Valle-Inclán era soberbio, egomaníaco y amante contenido: «Yo, cuando amo, consulto mi reloj, porque el tiempo que pierdo vale medio millón...». Mire Hoyas, también he leído a Benedetti, no se crea.

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