Donald Trump tiene el yate más grande y bonito del mundo

El Salón Náutico de Florida no abría sus puertas hasta las 10 de la mañana, pero los horarios estrictos no rigen para determinados VIP. Donald Trump disfrutó del privilegio de visitar los stands una hora antes, sin necesidad de compartir espacio con el público general y con la posibilidad de detenerse sin ser molestado allí donde le pareciera oportuno. Y lo hizo en la esquina ocupada por una modesta empresa familiar de la localidad vizcaína de Getxo, aunque con medio nombre en inglés: Oliver Design. Hay que abrirse al mundo.


No había nadie en ese momento. Trump echó un vistazo a los dibujos y a las maquetas. Le gustó lo que vio. El fundador, Jaime Oliver, presentaba sus nuevos diseños de barcos en aquel salón en 1992. Al cabo de unas horas, mientras observaba el paso de la gente por su stand, alguien con una maleta en la mano preguntó por el responsable de Oliver Design. Se presentó como secretario de Donald Trump. "El señor Trump quiere hablar con usted. Busca a alguien que diseñe y construya su barco. Su empresa podría ser la elegida si preparan unos bocetos antes de que se marche. Si le parece bien, mañana por la mañana me los presenta en el hotel". Y lo hicieron.

El magnate no estaba en su momento económico más boyante, pero pensó que quizá darse la apariencia de potentado con un yate pretencioso podría facilitarle los regates financieros que necesitaba con los bancos para esquivar sus problemas. "No sólo quiero el más grande del mundo, sino también el más bonito", pidió Trump a Oliver y a su hijo cuando fueron invitados al Hotel Plaza de Nueva York para una reunión. Allí establecieron el plazo de un año para el proyecto. Trump abonaría 16 millones de pesetas de la época. "Fue un caballero —recuerda Oliver— porque aquel día ya nos dio un adelanto".

Iñigo Oliver, hijo de Jaime, se instaló a tiempo parcial en Estados Unidos para centrarse en el desarrollo del plan. Se reunió con Donald Trump varias veces en la Trump Tower de Nueva York y también en la mansión de Mar-a-Lago, en Florida. Los Oliver fueron, incluso, invitados al bautizo de Tiffany, la hija de Trump y Marla Maples, su segunda esposa. Agradecidos, encargaron a María Mendoza, propietaria de Los Encajeros, un regalo para el bebé. Donald quedó tan encantado con la calidad del regalo que, según aseguran, encargó varios juegos de cama a la firma española.

Y, sí, los Oliver diseñaron un impresionante yate de 128 metros de eslora, con cuatro cubiertas, suites de lujo, piscina, jacuzzi, salones, helipuerto y una enorme sala con palmeras para grandes celebraciones. Trump mostró especial interés, por ejemplo, por la chimenea del barco. Quería que fuera el símbolo de su compañía, y que su apellido estuviera bien a la vista en letras doradas. También le preocupaban las medidas de la cama, si el colchón tenía que ser único o debían ser dos, si el baño sería sólo para su uso o también lo utilizaría su mujer, o cómo debía ser el ropero.

Trump llamaba a los Oliver en cualquier momento para discutir los detalles. Ignoraba el desfase horario. Cuando Iñigo estaba en Getxo se acostaba con el teléfono al lado, por si sonaba en medio de la madrugada. Y cuando viajaba a Estados Unidos, tampoco le dejaban recuperarse del jet lag. Un día en Mar-a-Lago, Iñigo se preparaba para descansar con el pijama puesto. Pero el mayordomo le fue a buscar porque Trump quería invitarle al cine. Se vistió dispuesto a salir de la residencia, cuando le condujeron al sótano: allí habían instalado una lujosa sala, con enormes butacas. El cansancio del viaje, la diferencia horaria y la extrema comodidad de los asientos sumió a Oliver en el sopor a media película. Trump le despertó amablemente: "Iñigo, it is time to go to bed" (Iñigo, es hora de irse a la cama).

Iñigo y su padre terminaron el diseño del yate. La construcción del barco se empezó a negociar con Astilleros Españoles. Pero en 1994 se dispararon las deudas de la Trump Corporation, y también la deuda personal del propio Trump. "Es un hombre de impulsos —asegura Jaime Oliver—. Tan pronto quiere construirse el barco más grande del mundo, como abrir un casino para acabar en la quiebra. Pero luego se vuelve a levantar desde la nada".

El proyecto terminó ahí. El yate no se llegó a construir, aunque Trump sí pagó a los Oliver los 170.000 dólares acordados por el diseño. Habría sido el segundo megayate de Donald Trump. El primero se lo compró al traficante de armas saudí Adnan Khashoggui por 29 millones de dólares (Khashoggui había pagado 100 millones por él). Lo llamó Trump Princess. Tiempo después, acosado por las deudas, lo vendió por 20 millones. Se quedó sin yates. Pero ahora es presidente.

Comentarios

Entradas populares