El ballet imperial ruso

La compañía zaragozana hizo este fin de semana la segunda visita a Madrid en lo que va de año, presentando sus recientes estrenos de autores muy jóvenes, incluso el del director Mauro Galindo.

El programa parece incluir una petición de benevolencia. Después de las crisis y avatares desestabilizadores, esta formación resiste y continúa su lucha por encontrar definitivamente una línea propia, que será segura en el camino contemporáneo.

Hubo un tono general humorístico en las cuatro obras cortas y superficiales. Tuvo un sentido comercial, en los temas de galanteo de parejas y del amor romántico y caduco. También alcanzaba a las músicas: del naciente clasicismo de Boccherini al esclavo y fanfárrico Drigo, pasando por el pegadizo vals vienés y el punto patriótico de las melodías medievales. Nada en el programa sobrepasaba lo superficial.

Galindo ha decidido que si no es un buen coreógrafo clásico -la compañía no tiene técnica apropiada ni él domina el estilo- lo mejor es convertirlo en broma. Sacó su sentido del humor en el antiguo Vals delirio, con toda la épica de las parejas. 

Después mostró el reciclado de sus errores y faltas con la academia clásica en El despertar de Flora, enganchando la caducidad del ballet imperial ruso y elevando al cubo la cursilería y el artificio de los decadentes ballets mitológicos. El resultado es una parodia de cartón donde los faunos saltan bien y levantan las faldas a la flores con gracia personal en los intérpretes. Las variaciones de lucimiento femenino tienen fuerza en las puntas y despreocupación en la línea, como siempre, pero se hilan con agilidad y se emulsionan con el objetivo cómico.

Los otros estrenos siguen las dos corrientes dominantes de la coreografía actual europea. Ya se sabe: Kylian y Forsythe. El realce del cromatismo y los valores que emergen de la tradición están en Lirio entre cardos; una pieza agradable, fundamentalmente lírica, que resultó la mejor de la noche, escrita con el vuelo de las voces medievales.

Juan Carlos Santamaría -coreógrafo de la Escuela Profesional de Danza- no llega al valor de sus otros trabajos. Tiene una intención temática que sigue dentro de una buena lógica coreográfica, pero la parte formal de la escritura se entorpece con una música que no engancha ni por contraste ni por ritmo. Además, los bailarines parecen tenerla cogida con alfileres y no puede verse todavía su verdadera fuerza.

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