John Galliano y Dior son incompatibles
Dior, la casa por antonomasia del «savoir-faire» francés, ha decidido provocar, confundir y escandalizar a sus elegantes prosélitos al fichar al inglés, de origen gibraltareño, John Galliano para sustituir a Gianfranco Ferré. La noticia es escandalosa en sí misma, pues John Galliano era, «a priori», el diseñador más incompatible para dirigir una casa así.
Su trayectoria, sus mitos, y hasta su presencia -bajito, delgado, extravagante y casi siempre disfrazado de indio de la pradera- lo hace directamente una paradoja. Los eternos aspirantes, Christian Lacroix, Claude Montana o incluso el tipo más genial de la moda francesa de los últimos veinticinco años, Jean Paul Gaultier, se han quedado otra vez fuera.
Les ha ganado este, tan esperpéntico como espectacular, hombrecito valiente llegado del Covent Garden londinense. Aunque parezca mentira, repasando su familia, su formación e incluso su currículum, lo más impresionante de John Galliano es haber debutado con un cierto éxito al frente de la correcta y casi relamida casa de Alta Costura de Givenchy. Como da la casualidad que esa casa pertenece al mismo Grupo -el llamado imperio francés del lujo LVMH- el fichaje no hace más que subrayar que la primera operación fue un éxito.
Hasta hace unos cinco años, John Galliano era casi un desconocido, fuera naturalmente de los expertos en moda que lo consideraban uno de los jóvenes más rebeldes, disparatados, imposibles y brillantes creadores ingleses. Sus colecciones tenían títulos casi extravagantes, escenarios poco convencionales y prendas no aptas para ingleses bienpensantes.
Pero he aquí que se le ocurrió presentar una colección dominada por las cinturas de avispa, los hombros desnudos y las faldas largas hasta arrastrar por el suelo. La prensa especializada decidió al unísono, fijarse en John Galliano.
La cascada de premios en todo el mundo -entre los que se incluyen en 1995 la T de Oro de Telva al mejor creador internacional- prepararon el camino para éxitos mayores.
Fue entonces cuando Givenchy, que había anunciado su retirada, le dio el relevo a este pequeño personaje. Lo que Bernard Arnault, auténtico tiburón de las finanzas francesas, quiere es vender Christian Dior al precio que sea. No quiere halagos de pasarela que luego no se conviertan en resultados económicos. Sabe de lo que habla, es propietario de Vuitton, de Clicquot, de Hennessy, y hasta de Loewe.
Parece haber acuñado el lema de que «todo vale para vender». De modo que los desfiles de Dior no volverán a ser aquella solemne ceremonia de distinción a la que nos acostumbró Ferré. Ahora serán presumibles disparates, sin duda geniales, porque John Galliano lo es, que en primer lugar volverán a ocupar su sitio, no ya en las portadas de Vogue Francia, sino en Le Monde o en el Herald Tribune.
Esa es la razón del imprevisible fichaje de este nuevo Picasso nacido en 1960, que vive con su familia en Inglaterra desde 1966 y terminó sus estudios de moda en 1984 en la prestigiosa St. Martin's School of Art de Londres.
Diez años después recibiría el premio al «Diseñador británico del año», título que le llevó aparejado el prestigio de ser considerado el maestro del «moderno glamour» de los 90.
Su debut en la Alta Costura, para Givenchy, lo hizo con la colección Primavera-Verano 96, captanto el espíritu de su antecesor en los años 50 y mezclándolo con su personal visión.
En su colección 96/97 eligió el Polo de París como tema y escenario de su propuesta de «prê-a-porter» enriquecida con elementos de la costura y cultura nativa americana.
La segunda colección de Alta Costura para Givenchy, Otoño-Invierno 2017, está inspirada en la Emperatriz Josefina, las «Merveilleuses» y el invierno de Ascot. Una colección, en muselina, de etéreos vestidos Imperios, abrigos estampados en leopardos, sensuales vestidos cortos y conjuntos de piel.
En Dior parecen haber aprendido bien la lección que Karl Lagerfeld dió en Chanel: «Si no hablan, aunque sea mal de ti, no tienes nada que hacer en este mundo». Un mundo, el de la moda, en el que nada es ya respetado ni respetable si no vale su peso en oro.
Lo increíble es que un tipo como John Galliano guste a los perfumados y atildados banqueros de París. Finalmente, en Francia han permitido que la imaginación llegue al poder.
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