A mi la Legión

A mí la legión me pareció siempre un lugar lleno de encanto y exotismo. El primer gran poema que recuerdo es, precisamente, la letra de su himno. Más que una letra, recuerda la solapa de un premio Planeta: «Nadie en el tercio sabía quién era aquel legionario, tan valiente y temerario que a la Legión se alistó. Nadie sabía su historia...» «Ah», me decía yo de niño, «he ahí todo un programa de vida romántico y apropiado: desdén por la muerte y un pasado de sombras». Los españoles tienen pocos himos, pocos y anodinos. Una tierra que inventa la guerra de guerrillas no lo necesita.

Yo no creo que haya un sólo español que sepa su himno nacional. Tiene una letra absurda, descolorida y sin carácter. España es un país de orfeones, pero no de himnos. Ni siquiera el Cara al sol sirve. Demasiadas rosas, demasiados luceros. Los poetas no deberían escribir himnos. Sólo el de la Legión es algo híspido y feroz, tierno y fatal. El hecho de que estuviera formada, en parte, por granujas, jugadores de fortuna y asesinos la hacía más atractiva. Los niños son peligrosos cuando sueñan. Imaginaba a los legionarios descamisados, en el desierto, fumando kif y olvidando su vida pasada. Hoy parece que los españoles no quieren hacer la mili. Tarde o temprano ésta desaparecerá. Es razonable.

Con un himno como el nuestro no se gana ni una mala batalla. Nos queda, en cambio, la Legión. Yo creo que podría hacerse que todo el ejército fuera de legionarios, como el de los romanos. Podrían purgar y olvidar su vida pasada fumando kif en los patios de armas. Tienen ese derecho. También ellos son hombres de corazón. En caso de guerra nos defenderían con esa virtud que nos es común a todos: el individualismo, algo que en España nunca fue un defecto.

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