Vuelve el auge de la novela negra

Este lunes comienza en Gijón la III Semana Negra, siete días dedicados a uno de los géneros literarios más populares, la novela policíaca. Después de tres años, el encuentro de Gijón, debido fundamentalmente a la inquietud y el esfuerzo de Paco Ignacio Taibo II, se ha consolidado y convertido en una cita obligada para todos los aficionados al género. Novelistas de todo el mundo, hombres de cine, editores y críticos coincidirán en Gijón en unas jornadas llenas de actividades. No solamente debates y mesas redondas; sino cine, exposiciones de libros o acciones teatrales. La novela policíaca, género popular por excelencia, no necesita mayores coartadas. En cualquier caso, se puede recordar la altura literaria de los fundadores: Allan Poe, creador del inolvidable C. Auguste Dupin; y sir Arthur Conan Doyle, padre del imperecedero Sherlock Holmes.

También fueron respetados y reconocidos por la crítica muchos de los autores posteriores. Baste citar a Raymond Chandler y Dashiell Hammett, máximos representantes de la novela negra propiamente dicha. La novela negra, siendo prolongación natural de la novela policíaca, tiene algunas claras diferencias con ella. La novela negra se asocia a una sociedad capitalista avanzada, marcada por una fuerte competitividad y con altas dosis de violencia.

En efecto, su momento de mayor esplendor arranca de los años treinta en Estados Unidos. En la novela negra no importa tanto la resolución de un enigma como la radiografía de una sociedad. No siempre hay un final feliz. A menudo lo que descubre el detective -un solitario con ribetes de perdedor- salpica a demasiados poderosos como para que éstos permitan que se destape. La novela negra es urbana, preferentemente nocturna, y misógina. Y humana, demasiado humana. Son las pasiones de los hombres las que están detrás de los crímenes. Importante diferencia si se piensa en quién era el asesino en la fundacional Doble asesinato en la calle Morgue.

El cine no hizo sino potenciar este género y poner rostro y gestos -los de Bogart, Mitchum...- a sus protagonistas. Pero estas novelas pronto rompieron moldes y fronteras. La violencia y las injusticias del capitalismo avanzado dejaron de ser el único marco de este tipo de historias. La rutinaria vida de los países del Este, no exenta de crímenes y corrupción, mostró que también podía ser un escenario adecuado. De hecho, el género policíaco está teniendo un gran éxito en los últimos años en estos países, y los nuevos aires políticos han permitido levantar las trabas con que, por motivos obvios, tropezaban a menudo. Prueba de ese auge es que en Gijón va a haber nada menos que once soviéticos, entre escritores, editores en busca de autor y periodistas.

Normalmente, la existencia o la normal circulación de la novela negra requiere también un marco de libertades políticas. Eso explica que en España, frente a la casi absoluta ausencia de novela negra durante el franquismo -el Plinio de García Pavón fue un dignísimo precedente, pero poco ortodoxo como personaje de novela negra-, sucediera después una verdadera moda de este género. El pistoletazo de salida lo dio Vázquez Montalbán con su Pepe Carvalho, y enseguida vinieron un aluvión de títulos. No sólo los escritos por autores de novela genuinamente policíaca, como Juan Madrid, Andreu Martín, Manuel Quinto, Jorge Martínez Reverte, Francisco González Ledesma... Muchos otros autores no encasillables en el género se acercaron a él, como prueba de que era un buen molde para contar historias distintas.

Eduardo Mendoza creó un loco maravilloso y anónimo con una rara inteligencia a la hora de esclarecer asuntos turbios. El personaje se ganó una legión de adictos que esperan con verdadero síndrome de abstinencia que su autor vuelva a él en algún descanso. Fernando Savater debutó en la novela con Caronte aguarda, en la que un profesor universitario tenía que resolver el asesinato de su hermana. José Luis Giménez-Frontín puso su grano de arena con Un idiota enamorado. Lo mismo que Lourdes Ortiz en Picadura mortal. Hasta Luis Mateo Díez rozó el género en Las estaciones provinciales. Pero si los autores de literatura sin adjetivos se han acercado a la policíaca, ésta, como corresponde a un género mayor de edad, se ha abierto también a otros campos. Por ejemplo, ha admitido dentro de sí el humor, no como un ingrediente más, sino como protagonista. No hay más que leer algunos títulos del nunca bien ponderado Donald Westlake.

O se ha cruzado con la literatura fantástica, como hizo Marc Behm en La doncella de hielo, donde unos atribulados vampiros, forzados a sobrevivir en la dura Norteamérica de nuestros días, tienen que realizar un robo apoyándose en sus casi olvidados poderes. O con la novela de tipo político, caso de Thierry Jonquet en URSS, go home y Del pasado hagamos tabla rasa.

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