Metafísicos en las nubes
Metafísicos letreros gigantes, hechos de piedras alineadas, ornan, me dicen, las faldas de las colinas albanesas. Son el homenaje institucional -que se afirma, como siempre, popular- al padre primigenio de la horda llamada patria. Su leyenda es precisa e irrevocable. Tiene la matemática eficacia que da siempre una economía textual austera, conceptista casi. A no ser por el contexto -demasiado dadaísta para ser realmente dadaísta-, uno pensaría en un objetual poema de Tristán Tzara o en cualquier variante de «ready-made» duchampiano. Sobre las lomas de Albania, en descomunales caracteres, un nombre propio, una fecha, un guión, una límpida categoría teológica. «Enver Hoxa: 1908-Pavdekshem».
Pavdekshem es, por supuesto, la palabra que en la lengua albanesa designa a la eternidad. La eternidad. Como al infinito, cuya dimensión temporal los griegos -de quienes, pese a todos los olvidos, aprendimos a pensar-, la supieron atributo de lo monstruoso. Lo «ápeiron», lo infinito o inacabado, es sinónimo abstracto del espanto. Luego, la tosquedad intelectual de una religión venida de los bárbaros dio en convertirlos ambos, eternidad e infinito, en nombres esenciales del Altísimo, trazando una barrera infranqueable entre El y lo mundano. La hermosa fórmula gongorina que cifra mayor distancia de Dios a hombre que de hombre a muerte, hubiera resultado inaudible para un griego. ¿De dónde le viene al cadáver que fue Hoxa su ración de infinito? La mollera funcionaria que barruntó la frase estaba hecha, eso es seguro, de trascendental anhelo de salvación cristiano. No hace falta ser Kipling Meyrink para verlo, en ese país de oficial ateísmo, elevarse cuatro palmos sobre el suelo, levitante de gozo, ante la pureza mística de su hallazgo: la eternidad, que es atributo, no ya de los dioses sino del dios.
El realismo socialista y su variante filosófica de andar por casa, el humanismo de idéntico adjetivo, han sido siempre condenadamente cristianos en sus símbolos y su jerga. A mí me gustaría, sin embargo, soñar que algo o alguien aquí jugó una mala broma. No: una broma buenísima. Si fue el funcionario mismo -en el fondo, perverso aprendiz de brujo- o, más sencillamente, la aún más perversa astucia de la historia, nada cambia. Traduzcamos al griego -desde Corfú, ¿qué es al fin Albania, sino un decorado de riscos en la noche?-. Traduzcamos, pues, al griego. No al de ahora. Al de verdad, al de Anaximandro, Sófocles... ese maravilloso texto que las piedras albanesas dibujan. «Enver Hoxa: 1908-Pavdekshem». Eterno. como lo infinito, inacabado siempre, inaprensible, como lo indeterminado, el caos, como todo cuanto no posee forma y es, por tanto, monstruoso. ¡A la historia, Enver Hoxa, al infinito! Pavdekshem, lo siniestro.
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