Camilo José Cela en la Guerra Civil
Hay algunas personas, entre las que me cuento, que son alérgicas a los libros de historia. Para enterarse del pasado recurren a la literatura, a la narrativa. No es que los poemas, las novelas que alimentan su adición, sólo les sirvan para eso, claro. Pero, además de disfrutar, vivir, sufrir y pasar el rato con esos libros, obtienen noticias sobre el mundo en que les tocó sobrevivir a sus padres, a sus abuelos, a sus ancestros varios. San Camilo, 1936, la novela de Cela, es uno de esos libros.
Se trata de un monólogo rapsódico donde se da cuenta de las «vísperas, festividad y octava de San Camilo de 1936» -su subtítulo. Y resulta que el día de San Camilo es el 18 de julio. Habla, pues, del comienzo de la Guerra Civil Española. Y lo hace desde el punto de vista de un joven que «no entiende nada de lo que pasa» -cita literal-, porque «la historia vista de cerca confunde a todos, actores y espectadores» -otra cita.
El lector se encuentra con un relato en la guerra, y no de guerra -como señaló en su momento el propio Cela. En la guerra, porque ésta se enfoca a partir de un personaje con «mucho sentido de la observación» -eso sí-, al que la Historia alcanza y se le echa encima. La Historia con mayúsculas, porque lo que él Intenta es sobrevivir en su historia, hecha de pequeños actos cotidianos -clases, novias, amigos, estrecheces. Que es justo en lo que se le va la vida. Lo demás, las grandes opiniones, los principios elevados, las salvaciones de patrias amenazadas, le afectan porque interfieren con su historia.
Así, en San Camilo, 1936, tenemos un fresco de una época en sus detalles más nimios y precisos -qué películas veía la gente, cuáles eran sus relaciones, qué comían, qué leían, con qué gozaban o sufrían, y una reflexión al hilo de lo que sucede. Confusa, atropellada, elíptica, sinuosa, pero siempre anclada en los tipos, las calles, las opiniones de aquellos días. Solo por esto, la novela de Cela resulta apasionante. Pero los que utilizan la literatura como droga dura -especie, al parecer, en vías de extinción, se sienten apabullados por la maestría, el dominio que su autor despliega de los recursos novelísticos; utilizados, naturalmente, para que ese relato atraiga, distraiga, asuste; para aceptar que «la vida es absurda y no dejamos de creer en ella» -otra cita.
Y es que, en San Camilo, 1936, Cela nuevamente da muestras de su libertad de criterio, de escritura, y adelanta lo que ahora, con los años, vemos que será su siguiente etapa. En ella, sigue cogiendo por los cuernos el toro de lo español. De un idioma, una historia, una literatura llena de tal cantidad de miserias y mezquindades, sorprende que a partir de tanta porquería alguien sea capaz de escribir una obra de arte. Justo lo que, por encima de cualquier otro criterio, es esta novela en la que la voz narradora «no opina ni da consejos, por lo que no parece la de un español» -cita final ligeramente manipulada.
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