Granta un gran editor donde los haya

Bill Buford le ha puesto «blue jeans» a la literatura moderna y éstos le quedan particularmente bien a la nueva prosa inglesa. Era la aportación esperada de aquel «bon vivant» norteamericano que hace diez años «secuestró» a una almidonada institución literaria de Gran Bretaña para transformarla en uno de los fenomenos culturales de los ochenta. Hoy, el exuberante editor de 36 años que se crió al son del «rock-and-roll» y en plena resaca revolucionaria post-Vietnam, es uno de esos personajes destinados a cabalgar en la leyenda literaria sin haber escrito un solo libro. Desde la redacción de la revista Granta, en la calle Hobson de Cambridge, este «cowboy» de las letras a quien sus amigos llaman «Buffalo Bill» combina la defensa del «realismo sucio» -un estilo creado por él- con la frenética, casi obsesiva, búsqueda de una narrativa capaz de «responder al mundo de ahí afuera».

Granta era una venerable revista literaria que, con cien años de existencia, naufragaba entre la indiferencia, la monotonía y la falta de fondos -ésta última dramáticamente acentuada después de que su administrador vaciara la caja para largarse a Francia de vacaciones con su novia-. Corría el año 1978. Bill Buford acababa de terminar sus estudios en Cambridge al tiempo que su viejo amigo de libros y copas Peter de Bolla, con quien estudiaba planes para el audaz «asalto» a la revista. La estrategia fue poco ortodoxa: Buford escribió cartas un tanto zalameras a veinticinco escritores americanos cuya obra, les dijo, era indispensable promover en Inglaterra. «Me esperaba una o dos respuestas», recuerda Buford. Pero había apostado astutamente a la vanidad de sus compatriotas, y ganó: le llegaron dieciocho, con originales de, entre otros, Joyce Carol Oates, Susan Sontag, Robert Coover y William Gass. Algunos de estos trabajos aparecieron en la primera edición de la nueva Granta, que salió a la calle sin más publicidad que la de una pizzería que a menudo fiaba a los dos únicos empleados de la revista. Para el segundo número ya había fijado Buford el atractivo cliché del «realismo sucio».

Entusiasmó a una nueva generación de escritores y periodistas y dio un impulso vital a las crónicas de viaje. A partir del número cinco, Granta ya era lectura indispensable de intelectuales de habla inglesa y un símbolo de status entre los «yuppies». Granta tardó muy poco en convertirse en vehículo de lo más sobresaliente de la narrativa de la última década, y hoy vende por encima de los 140.000 ejemplares, más de la mitad en los Estados Unidos.

El secreto del éxito de Granta es tan simple que cabe preguntarse cómo no se le ocurrió antes a nadie: combina los tres géneros más populares en la actualidad (periodismo de investigación, crónicas de viaje y cuentos cortos). Pero lo que distingue a la revista es el implacable celo lingüístico y de estilo que Buford ha impuesto en la mesa de edición. La concisión narrativa, las ráfagas de frases agudas y cortas, dan a Granta un aire de excelencia dentro del más riguroso y depurado lenguaje cuasi-cinematográfico. Así lo demuestran los trabajos de James Fenton, el veterano corresponsal de la guerra de Vietnam (La Caída de Saigón) y autor de las crónicas más apasionantes de la revolución filipina (The Snap Revolution), o los de Ian Jack, cuya obra sobre la matanza de tres miembros del IRA en Gibraltar ha sido premiada por su rigurosa puntualidad y potente carga narrativa.

Buford ha ganado todos los laureles como editor de la década, aunque en muchos casos halla mellado el orgullo de colaboradores. El poder de la palabra y la perfección del idioma son sencillamente algunas de las extravagantes obsesiones de Buford. El escritor Martin Amis confesó recientemente a la revista Vanity Fair que en una ocasión recibió una carta de ocho páginas en las que Buford cuestionaba la estructura de unos cuantos párrafos. En otra ocasion, Buford pasó tres horas al teléfono discutiendo seis adjetivos con Nadine Gordimer, quien se hallaba en Sudáfrica. Lo que redime a Buford de sus grandes «pecados» (la informalidad, la libertad de «adaptar» escritos sin permiso del autor, los compromisos incumplidos) es el producto final, una revista que si no existiera, habría que inventarla cada mes para leer «el mundo de ahí afuera» a través de la pluma de pasajeros del planeta Tierra, entre los que están Gabriel García Márquez, Salman Rushdie, V.S. Naipaul, Robert Fisk, Mario Vargas Llosa, Nicholas Shakespeare, Bruce Chatwin, Colin Thubron, Martha Gellhorn o Redmond O'Hanlon.

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