Un mundo en blanco y negro

El pintor José Hernández, ajeno a cualquier corriente estética y original tanto en sus pinturas como en sus grabados, es desde la tarde de ayer miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Nacido en Tánger hace 45 años, ha ejercido siempre por libre, huyendo de las clasificaciones. «No me gusta que me incluyan dentro del nuevo realismo o del realismo mágico», confiesa. «Si en alguna compañía me encuentro un poquito más cómodo es entre los visionarios».

Para José Hernández la Academia es un símbolo. «Y que dejen entrar a un tipo como yo, a mi edad, con una obra todavía por hacer, indica un nuevo talante y la comprobación de que, de alguna manera, las cosas están cambiando para mejor, como está cambiando todo el país». El pintor considera que «al elegirme la Academia asume un riesgo, como lo asumo yo.

Y el riesgo indica que estamos vivos». «Lo normal es que la Academia elija sus miembros entre personas con una obra ya hecha, madura y acabada», considera José Hernández. «Mi obra esta ya definida, es cierto, pero no puedo decir que haya llegado a donde quería llegar. Ahora estoy más en forma, más cercano a lo que intuía que podía ser, pero mi obra está todavía por acabar».

Pertenecer a la Academia de San Fernando es para el pintor «una excusa más para alimentar mi curiosidad, mi avidez por conocer. No conozco a ningún artista que no sea curioso. Ahora podré indagar en la Biblioteca de la institución, en su enorme depósito». «Yo siempre he estado al margen de los grandes proyectos oficiales», afirma José Hernández. «Antes era obvio. Como yo era un tipo incontrolado e incontrolable, con un pequeño historial romántico, y quienes decidían eran los comisarios afectos al régimen, era normal que no me hicieran caso».

José Hernández recibió en 1981 el premio Nacional de Artes Plásticas. «Fue un reconocimiento a mi obra, sin duda. Pero como mi pintura es un poco intemporal, no está sujeta a modos ni a modas, las autoridades han preferido volcarse en los más jóvenes, que están más en la onda de lo que se hace fuera. Bueno. La verdad es que ni reclamo, ni me sobra atención». José Hernández ha construido, a lo largo de su carrera, un universo particular que remite a los infiernos y deja por el camino personajes monstruosos y negativos, caras mutiladas o consumidas por no se sabe qué horror, sueños como pesadillas que permanecen anclados en la memoria.

En la serie de aguafuertes Une saison en enfer, que realizó en 1981 para ilustrar la obra de Rimbaud, se expresa todo esto; igual que en otras de sus pinturas y grabados cuyos títulos hablan por sí solos: Hacer cosas de despojos, Dama afligida, los tarados, Guardián de espectros... composiciones que remiten, inevitablemente, a ka literatura de Poe, de Rimbaud o de Lovecraft, al terror y a la imprecisión de las imagenes que pertenecen más a la imaginación desbordada que a la realidad.

La ausencia de color, que limita el mundo a blanco y negro, caracteriza los grabados de Hernández, unos grabados en los que destaca la exactitud de los detalles, la limpieza y finura de unas líneas precisas y, al mismo tiempo, insinuantes. «Lo que yo valoro de manera muy personal -dijo el pintor en su discurso de ingreso en la Academia- es la elaboración de cualquier forma de expresión artística. Ante un cuadro o un grabado sólo cuentan los resultados». «En este sentido -continuó- para mí es esencial el conocimiento de la técnica.

Una técnica a la que siempre he sentido como algo más que un simple vehículo, algo que forma parte de la propia sensibilidad creativa». Para el pintor «la pintura es silencio. Un silencio esencial de imágenes, lo cual no quiere decir que el pintor no sea capaz de expresarse por escrito» .

«Jamás he escrito un soneto. Aunque sí anoto imágenes, más que conceptos, en unos cuadernos de apuntes que empecé cuando aún era soñador de pintor. Las imágenes anotadas en estos cuadernos pertenecen a algo tan intransferible como es la memoria. Nuestra memoria. Algunas de estas imágenes pasaron luego a mi pintura de forma un tanto irregular: sin ser yo totalmente consciente de este trasvase».

Para su discurso de entrada en la Academia, del que a continuación se reproducen algunos extractos bastantes significativos, José Hernández prefirió ser heterodoxo y se valió de algunos de sus apuntes, unos apuntes que reproducen a palabras las representaciones pictóricas, entablando así una especie de juego entre la letra y el trazo, entre el pincel y la pluma, con el que el pintor logró imponer su innata originalidad.

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