La Pantoja cutre como ella sola
España ha necesitado siempre, lo mismo con Franco que con Felipe, con la monarquía o con Azaña, una folklórica nacional, una viuda nacional y un torero nacional. Son los tres naipes de la brisca española. Sólo que antes estos productos de la tierra se daban sólos, y regían nuestras vidas (cuando Raquel Meller se retira del siglo, entre almohadones y cintajos, termina oficialmente la belle époque). Pero ocurre que ahora España se imita a sí misma. Dijo Jean Cocteau que, «cuando Francia no tiene un genio, se inventa una escuela».
Cuando España no tiene una folklórica como Lola Flores, o la tiene en la tercera edad, se inventa a la Pantoja, que es una prefabricada, con una vida como escrita por Pérez Lugín, el de «La casa de Troya», y un montaje intelectual/estatal que repite el clisé franquista de Carmen Sevilla, Paquita Rico, Marujita Díaz y por ahí, siempre bailando en La Granja para la democracia orgánica y el cuerpo diplomático, y cantadas por los grandes poetas de Las Leyes Fundamentales del Movimiento. No caería uno en el tópico de decir que «esto» está,, imitando «aquello», sino, con mayor perspectivismo, que España se imita a sí misma, como hemos escrito más arriba. La Pantoja, ni más ni menos ágrafa que sus colegas de faralae, ha caído en medio de una conspiración de progres, homosexuales, traficantes de «droga cinematográfica», intelectuales sobrecogedores (que cogen el sobre) y marujonas.
Bien está que la Pantoja, princesa pectoralísima de la cutreidad nacional, vaya a su aire y con su pan se lo monte, pero he aquí de la movidilla de viejos muchachos progres y protestativos que, metidos en pasta con esto del final de la Historia, y puestos a consagrar rentablemente a esa pesada, le dan a la cosa un estofado de esnobismo y populismo, por vergüenza ajena y propia estimación. Ya hubo hace años movida semejante con Rocío Jurado, conjura de los necios listísimos, y me querían arrancar, fanático como soy de Concha Piquer, que la Jurado era mejor que doña Concha. «Ten en cuenta que a la Piquer le falta sentido del humor».
«¿,Y La vecinita de enfrente?», les dije. Pero no conocían La vecinita de enfrente ni les importaba. Iban ceguerones por el dollar. Sara Montiel, habiendo sido la musa de Miguel Mihura, Enrique Herreros y toda «La Codorniz», habiendo alternado en América con todo el exilio, de Alberti a León Felipe, nunca nos ha vendido eso, sino que se ha bastado a sí misma. La Pantoja, en cambio, está asistiendo a su propio relanzamiento, ha pasado de la prensa vaginal al comentario intelectual y acabará saliendo en alguna cláusula del Programa 2000 como empresa nacional del INI. Incluso ha protagonizado un «Informe semanal» junto a Sadam Husein, Octavio Paz, el líder de los camioneros y los obispos archimandritas de Moscú.
A uno le parece bien, naturalmente, que cada cual se busque la vida como pueda, pero si ellos hicieron proselitismo antifranquista, antifolklórico y anticastizo entre nosotros, cuando éramos pequeños; y les seguimos, no pretenderán que les sigamos también ahora, cuando nosotros somos viejos y ellos hacen proselitismo estatalista, folklorista y casticista. Lo cual que, estando en éstas, llega Carmina Ordóñez, la legítima de Paquirri, en cuanto a la Iglesia, y se presenta tal que ayer en un juzgado de Sevilla a denunciar que la Pantoja se ha quedado, no sólo con la millonada del difunto, sino con las zapatillas de torear, la foto de su madre, el rosario con los dientes de marfil y toda la marroquinería que atesoraba el maestro. No nos gusta la Pantoja, nueva Dama de Elche de todo el marujeo nacional, pero allá ella con su público. Lo repetitivo, lo trincón, lo franquista es la movida cinematográfica, intelectual y progre en torno de este fetiche tercermundista.
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