El pasodoble en las orquestas tiene un sitio preferente
Cuando llega la verbena a mediados del verano al cinturón industrial de la capital de España, el nieto de Malasaña, Empecinado, Daoiz, Clara del Rey y Velarde comparece en el festejo masticando gallinejas, disparando a los patitos o aspirando a la Chochona de la rifa altisonante. De orujo y peluquería, ortodoncia y silicona, juanetes, braguero y plancha, la vanguardia proletaria husmea en las atracciones con instinto de Mihura entre aroma de buñuelos, gomina, alquitrán y menta, algodón azucarado, esencia del moro Muza, opio, vainilla, canela y hachís barato y dulzón.
Brinca el tobogán temible, rueda manso el tiovivo, intimida la sirena del astronauta automático, equivoca el laberinto, aturde el juego de espejos y la cadena sonora que el altavoz desorbita encampana en jeribeques de cintura hawaiana a la juventud adicta al decibelio y el rock. «Son nuestras Islas Canarias», canturrea el vocalista en el recinto del baile. Turbios de sangría y costo, los pandilleros del barrio reclaman marchita guay.
Pero la orquesta inclemente sigue dando al pasodoble dedicación preferente. Jaquetona y jactanciosa, la madonna de suburbio que hoy teclea ordenadores o se atrapa en la cadena de unos grandes almacenes con ilimitado horario y limitado salario se encarama a la tarima de los músicos horteras a deponer la protesta de sus colegas colgados. «Por no querer complacer al público juvenil -avisa en plan suficiente esta emisaria del hampa que se adorna de amuletos y escapularios profanos como sus ancestros hippies- otros años corrió sangre». «Después, guapita, te atiendo» -susurra el trombón de varas atufando a bienmesabe. Insatisfecha la moza, aduce rabisalsera: «¿Insinúa que sobramos o no nos tiene por gente?». Y cuando el instrumentista amenaza con la réplica -presta a convertirse en voz de diccionario secreto, la doncella le engatusa con la bebida fresquita que en su mano bailotea cual serpiente tentadora o manzana del Edén.
Duda el trombonista humilde entre abrazar el chantaje o salvar la dignidad y al fin opta por tragarse la contestación hiriente para sosegar su sed. Muy finamente agradece la bebida de la mano juvenil, sin pizca de educación se abalanza sobre el vaso murmurando a las burbujas: «Esta es la definitiva», y perdidas ya las formas, sin pensárselo dos veces ni plegarse a miramientos, en lugar de proceder a un sorbo de paripé -ese mojarse los labios de la cristiana crianza, de temeraria embestida se endosa de un sólo trago cubata, limón y hielos.
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