Fueron los últimos amos de las pistas
El 'corta y pega' es una práctica habitual en la música electrónica, donde la frontera entre la creación propia y la prestada no se encuentra tan definida como en el rock o el pop de corte tradicional. Técnicas como el sampler, consistente en 'capturar' sonidos de otros artistas e incorporarlos a una nueva composición, son moneda común desde hace un par de décadas en la música generada por sintetizadores.
Por eso el nombre de Cut Copy, el cuarteto australiano que anoche presentó su tercer álbum Zonoscope en la Sala Heineken, resulta toda una declaración de principios. También es un acto de evidente modestia para esta formación que nació hace ahora 10 años como un proyecto unipersonal de su líder, Dan Whitford. Se nota, al contemplarle en directo, que este hombre se ha fogueado tras múltiples cabinas en su faceta de DJ antes de subirse al escenario porque sabe perfectamente cómo dosificar las subidas y bajadas y llevar a la concurrencia a lo más alto en los momentos que él escoge.
Su propuesta musical toma el testigo de artistas electrónicos de la generación anterior como Air o LCD Soundsystem, al mezclar los sonidos programados con planteamientos cercanos al pop y al rock. Lo que hace diferente a Cut Copy es su amplia gama de registros, muy implantada en raíces ochenteras que podía ir de Depeche Mode a Human League o Propaganda.
La formación del grupo quedó configurada cuando se incorporaron el bajista y guitarrista Tim Hoey y el batería Mitchell Scott y así grabaron sus dos primeros trabajos, Bright Like Neon Love (2004) e In Ghost Colors (2008). Para este tercero, que presentaban anoche ampliaron sus filas con el batería Mitchell Scott, convirtiéndose en cuarteto estable, aunque, ¡sorpresa!, para esta gira han añadido a un percusionista de apoyo.
Iniciaron su concierto en una Sala Heineken abarrotada hasta los topes pasados 20 minutos de las nueve de la noche y lo hicieron con Visions y Nobody Lost, dos temas de sus primeras grabaciones y siguieron rememorando su pasado más inmediato hasta que llegó Corner of The Sky, primero de los títulos de su nueva entrega discográfica que recrearon en directo.
Whitford supo meterse al público en el bolsillo desde el primer momento, rodeado de sus múltiples teclados, entre los que destacaba uno situado a su derecha con más aspecto de centralita antigua que de otra cosa. De todos modos no se limitó únicamente a darle a la tecla y alternó la presión dactilar con el rasgueo de guitarra en distintos momentos de la noche.
La intensidad propia de una discoteca en hora punta de megatrón la lograron en torno al ecuador del concierto, cuando abordaron Lights And Music, momento en el que ni siquiera el más seta de los parroquianos pudo evitar dar algún salto. Fue de tal calibre el subidón que hasta una señorita del público decidió quedarse en sujetador mientras se convertía en objetivo de todos los dispositivos fotográficos a su alrededor.
«Madrid, ¿estáis listos para empezar a bailar?», se atrevió a pronunciar Dan Whitford en el momento de pleno éxtasis, justo antes de que sonaran los primeros acordes de Take Me Over, uno de sus temas emblemáticos.
Pharaons An Pyramids tuvo un regusto coyuntural e involuntario, teniendo en cuenta los recientes acontecimientos ocurridos en Egipto, antes de enfilar el último tramo del show, para el que reservaron Saturdays, Hearts on Fire y Sun God.
Una hora escasa de directo no iba a contentar al público, así que regresaron con dos bises, antes de despedirse definitivamente habiendo sudado (y hecho sudar) la camiseta. Si hay que poner un pero sería la imagen de oficinistas que lucieron los cinco. A lo mejor ahí reside la extraña nostalgia del futuro de la que hablan en sus canciones.
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